Hoy he decidido dejar de fumar. No soy un fumador empedernido de esos que encienden un pitillo con la brasa de otro, pero reconozco que antes de fumar era más feliz. Es algo que no tiene que ver con mis pulmones, ni con la garganta, ni con la lengua, ni con el estado saludable en general que dejar de fumar representa. Tiene que ver más bien con que cuando no fumaba aún conservaba mi casa, mi trabajo y mi novia aún seguía a mi lado. Fue alejarse todo eso y comenzar a encender Marlboros Light sin ton ni son. En cada chequeo médico, mi doctor empieza su rosario de preguntas con la misma cuestión: “¿Fuma usted?”,“lo normal” suelo contestar yo. Ante lo que mi médico de cabecera replica: “Lo normal es no fumar”.

Considerando “lo normal” como una medida de carácter subjetivo, se puede aplicar a casi todo. ¿Cuánto bebe usted?, lo normal. ¿Cuánto trabaja usted?, lo normal. ¿Cuánto hace usted el amor?, lo normal. Medir lo inmedible es lo que nos ha convertido a todos en seres pantométricos. Vamos por la vida con un metro en la mano calculando la medida, el peso o el grado de todo lo que hacemos. Intentamos medir la intensidad de la alegría, de la tristeza o de la felicidad con el objetivo de marcarnos metas y objetivos. Me imagino despertándome cada mañana con el propósito de llegar a ser un 10% más feliz de lo que fui ayer y francamente tal y como está el patio, me cuesta y mucho. Y mira que lo intento, con no ver el canal 13TV ni escuchar la Cope se puede alcanzar esa cota, pero ni con esas.

Sintiéndome parte de este mundo como me siento y viendo cómo están las cosas y en todos los rincones del planeta, lo normal es beber en exceso, fumar en demasía y tratar de hacer el amor todo lo que el cuerpo aguante. Pero como cuando tenía casa, trabajo y hacía el amor era más feliz y por aquel entonces no fumaba, ahora que no tengo nada de eso, fumo. Pero no mucho, lo normal.