EL AMOR SIEMPRE LLEGA TARDE

El amor siempre llega tarde. No sé si porque prefiere dormitar más tiempo al calor de las sábanas o porque realmente tiene el reloj con la hora de Canarias. En la adolescente primera cita, el primer beso con lengua no aparece hasta otros diez besos previos. El primer “acto”, nunca hace acto de presencia con la persona deseada sino con el primero/a que se cruza en el momento en el que lo deciden las hormonas. Años después, cuando llegas a la universidad, el amor se multiplica tanto como el número de alumnos que hay por clase. Y cuando hablo de clase, me refiero a todas las clases de amor que puede haber en un campus universitario. Es el único entorno donde confluyen todo tipo de amores habidos y por haber. Si alguno/a de ustedes es licenciado/a sabrá a lo que me refiero. Estoy por apostar que aún recuerdan ese amor con el que creyó compartiría el resto de su vida para luego descubrir que también él compartía por su cuenta otros amores, además de usted, ¿me equivoco? Póngale nombre y apellidos. Bueno, mejor no. Sigamos. Tras la decepción amorosa universitaria, no sin antes haber probado más amores que cortes de pelo, se llega a la madurez. Pongamos…a los treinta y tantos. Quien a esa edad no tiene pareja estable, es más estable que quien la tiene. Miren a su alrededor. ¿Algún conocido con más de siete años de convivencia que no esté deseando tener una aventura extramatrimonial? Eso si no la tiene ya. Una, o varias. Ellos y ellas. En esto no hay distinción de género que valga. De nuevo, el amor se retrasa. Pero llegados a los cuarenta, la cosa se relaja. Ya no hay prisa por el encontrar el amor, sino por encontrar la juventud perdida. En esta fase y estado emocional hay tantas personas que hasta una de ellas podría ser usted. No se ofenda, pero si no tiene nada mejor que hacer en este instante que leer este artículo, o está en el paro o pasa de los cuarenta. O las dos cosas. No es que sea un drama llegar al ecuador de la vida sin que el amor haya llamado a la puerta de casa. Ayudaría bastante que la casa fuera en propiedad y no la de los padres, que es donde vive usted ahora. También ayudaría mucho tener estabilidad financiera o liquidez, en su defecto. Recuerde que el amor tiene olfato y sabe distinguir entre un Cabernet Sauvignon y un Tempranillo. Si usted no lo sabe, olvídese. Tras la década de los cuarenta, llega la de los cincuenta. Difícil edad, para qué voy a mentir. Quienes andan ahí-ahí, saben que el amor está en internet. Ya no hay tiempo para que el amor se presente de buenas a primeras, es mejor navegar e ir en su busca. Hay docenas de páginas dedicadas a este asunto. Con la ventaja añadida de que si no es de su gusto, se puede reiniciar la página y volver a empezar. No es lo mismo que ligar en un bar, pero a las seis de la mañana y con ocho copas encima, no creo que haya mucha diferencia entre un bar y una página de contactos. Así fue como encontré yo al amor de mi vida. Lo malo es que al rato, el que está perdido con tanto amor digital soy yo y por eso tengo que bajar al bar a ver si me encuentro a mí mismo. Les recomiendo los bares universitarios. Y si a las seis de la mañana y con ocho copas encima el amor sigue siendo asignatura pendiente, siempre puedo amenizarles la velada contándoles lo que la vida me ha enseñado sobre el amor. Que no es mucho, por no decir, nada de nada.

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