LOS AMIGOS NUNCA MIENTEN
El otro día una buena amiga me preguntó por email cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en los artículos que escribo. Por qué quieres saberlo, contesté. Porque así me hago una idea de la persona que eres, me dijo ella. Son sólo artículos, querida amiga. La cantidad de verdad y mentira que tú le quieras atribuir, continué escribiendo. Pues entonces ya no sé qué pensar sobre ti, me soltó de sopetón. Y qué es lo que quieres oír, amiga mía, pregunté. Si escribes sobre algo o alguien es para decir la verdad, al menos eso es lo que se espera de un escritor, digo yo, ¿no?, volvió a escupirme por email como si el correo electrónico fuera un retrete sobre el que evacuar todo tipo de sustancias que rechaza el cuerpo, pero en forma de argumentos. Creo que estás sacando las cosas de quicio. Únicamente cuento una historia, nadie tiene que sentirse identificado, ni siquiera yo mismo, dije tratando de defenderme de lo que consideré un ataque de artillería verbal. A mí no me vengas con esas, leo cada día tu artículos y siempre hay distintas personas que piensan, hacen o dicen cosas de asuntos muy diferentes, siguió diciéndome en su email. De eso se trata, el subtítulo explicativo del blog lo deja bien claro: “Reflexiones en forma de artículos sobre las contrariedades de la vida cotidiana», inferí para salvarme de una ejecución lingüística inminente. Que sepas que estoy empezando a desconfiar de ti. CREÍ QUE ERAS MI AMIGO Y UN AMIGO NUNCA MIENTE, escribió en mayúsculas. Al leerlo, tomé aire, lié un cigarrillo de tabaco rubio para darme tiempo a responder a la ofensa que supone en lenguaje online escribir con mayúsculas, y tras dar la última calada, retomé la conversación. Querida amiga, comencé diciendo para pulir cualquier aspereza surgida tras el intercambio de correo electrónicos, si en algún momento te has sentido ofendida por algún comentario, situación o escena que haya podido verter o recrear en mis artículos, nada más lejos de mi intención. Puede que al hacerlo, te hayas reconocido en algún personaje ficticio y conociéndote como creo que te conozco, tu alto grado de sensibilidad se haya visto dañado por ello, si es así, te pido disculpas, tecleé para intentar zanjar una conversación que no daba visos de llegar a buen puerto. ¿Acaso te crees que soy tonta? Quién me dice a mí si las disculpas que me pides son tuyas o de uno de los personajes que te inventas para tus artículos, inquirió con tono desafiante. Te juro que soy yo, respondí humildemente. De eso nada monada si fueras realmente tú no me habrías pedido disculpas y me habrías mandado a freír espárragos desde el primer email que te he enviado en el que preguntaba cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en los artículos que escribes, dijo sin añadir ni un punto ni una coma a lo largo de su texto. Volví a liarme otro cigarrillo que en esta ocasión acompañé de un trago largo de whisky con hielo. Tienes razón, respondí, quien te escribe ahora mismo no soy yo. Y ya que me pides sinceridad, te diré toda la verdad: tú tampoco eres tú. Sólo eres otro de esos personajes que me invento cada día para poder dar forma a uno de esos artículos que escribo a diario y luego subo a mi blog. Esperé unos minutos a que me contestará, pero no lo hizo. De esto han pasado tres semanas. Creo que he perdido a una amiga, o a un personaje, no lo sé.