EL DICCIONARIO
He plantado un diccionario en el jardincito de mi adosado. Un diccionario de esos que aconseja la Real Academia Española de la Lengua para hablar correctamente el castellano. Por la noche, antes de irme a dormir salgo a regarle y cada mañana antes de desayunar voy a ver si le han salido algunas frases, pero nada de nada. Siempre regreso a casa a mojar la galleta en el Cola Cao con la esperanza de que un día éstos me sorprenda con una metáfora o mejor con unos versos. Mi vecino, maestro de los de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, me ha recomendado sustituir el riego de agua por goteo por el de champán francés por aspersión, que dice va mejor para este tipo de publicaciones. Como ya desde niño era muy obediente y hacía lo que me ordenaba el señor profesor, pues he hecho caso a mi vecino y ahora doy a mi diccionario dos litros de Don Perignon de ración diaria. Y parece que funciona. Tengo el diccionario más frondoso de toda la comunidad de vecinos. Todo el jardín está lleno de palabritas que se extienden a lo largo y ancho de la superficie del jardín en forma de oraciones gramaticales. Algunas trepan por la pared llegando incluso a meterse dentro de casa cuando abro la ventana para ventilar el dormitorio.
De cada página brota una frase que a media mañana, cuando más calienta el sol, abre sus preposiciones y cubre el césped con un manto de color conjunciones adversativas. Es una pena que no huelan del mismo modo que huelen los adjetivos, pero aún así he cortado unos versos y con ellos he formado una poesía para ti. Lo malo es que con tanto Don Perignon he dejado mi cuenta corriente en números rojos. Qué dura es la vida del poeta.
Me gusta. Me ha recordado a un pequeño «cuento» que te recomiendo. El cuento es de Benito Pérez Galdos y se llama La Conjuración de las Palabras, es delicioso y no se tarda nada en leer. No se si estará editado en algún otro libro de Benito, yo lo encontré en Torquemada en la hoguera.
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