LA PRIMERA HOSTIA

Hoy me ha dado por mirar fotos antiguas. No fotos de otros, sino mías. Y mirando-mirando he encontrado la de la primera comunión. Angelito de mí. Te disfrazan de monje, de cura o de príncipe (como era mi caso), y te hacen abrir la boca para darte un cacho redondo de papel. Si al menos estuviera escrito o fuera un recorte de periódico tendría algo de sabor, pero nada, más blanco que la pureza del alma que se supone tienes a esa tierna edad de ocho años. En mi foto de primera comunión, sostengo entre las manos un catecismo forrado en nácar. Recuerdo que no era de mi propiedad, sino del fotógrafo en cuestión que lo usaba como atrezo, por lo que supongo que todos los niños de mi generación que pasaron por aquel estudio fotográfico de los años 70 sujetamos a partes iguales el mismo peso de la palabra de Dios Nuestro Señor. Un poco manoseado ya estaba, así que supongo que también anteriores generaciones de niños disfrazados debieron tener entre sus manos tan insigne carga. Como en mi época las fotos a color aún no estaban extendidas más allá de la meseta central castellana, el blanco y negro era el fiel reflejo del tono social y político de la época. El señor bajito de bigote que mandaba por entonces estaba en la últimas y todo el mundo estaba a verlas venir. Y yo más que nadie, ya que si aún andaba tratando de juntar malamente las letras del abecedario, como para andar presumiendo de leer un catecismo, y encima forrado de nácar que no sabía si era un mineral o una aleación química-nuclear.

Mi traje de príncipe me duró al menos tres años más. No es que repitiera la asignatura de la primera comunión, eso no se suspende, te presentas una vez, abres la boca, tragas, y aprobado seguro, sino que cada vez que la familia acudía a algún evento importante, allí estaba yo con mi traje de la BBC (bodas, banquetes y comuniones). Luego di el estirón y el traje de príncipe, mejor dicho, lo que quedaba de él, sirvió para limpiar los cristales, el capó del Renault 6 y abrillantar el suelo de gres, también muy de moda en las viviendas de protección oficial de la época.

Pero volviendo al momento de iniciación al cristianismo, llegado el momento de comulgar, como soy zurdo desde que vine al mundo, me equivoqué de mano a la hora de recibir la sagrada forma y el señor cura que aún debía ser de los que esperaba ver resucitar al señor del bigote, me obsequió con mi primera hostia, la tangible digo, porque las intangibles me siguen cayendo como panes a día de hoy, casi cuarenta años después. Cuando las veo venir, cierro la boca por si acaso, no sea que haya que tragársela y luego me vea obligado a pisar otra vez una iglesia, y yo sin traje de príncipe que ponerme.

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