TONTO EL QUE LO LEA
Leo en el último barómetro hecho público por el Centro de Investigación Sociológica (CIS), que el “el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca”. Supongo que si usted está leyendo este artículo será parte del 65% restante de españoles y españolas que sí leen, por lo que es de agradecer que de entre todo lo que usted suele leer, haya escogido uno de mis artículos y no el estudio publicado por el CIS, tal y como he hecho yo. El documento está documentado (valga la redundancia) con un montón de cifras sobre los motivos argumentados por los encuestados no lectores para no leer, que se podrían resumir en uno sólo y en una sola frase: leer no interesa. Supongo que la encuesta habrá sido realizada por teléfono o puerta a puerta, ya que en el caso de haber sido rellenando un papel, los no lectores habrán tenido que leer las preguntas y eso les hubiera obligado a cambiar de bando, es decir, al bando del 65%.
Los que crecimos al amparo de la E.G.B. nos encontrábamos con frecuencia una frase escrita en las paredes de los servicios del colegio, en los vestuarios del gimnasio e incluso garabateada a tiza en la pizarra cuando el profesor estaba ausente. Esa frase era: “Tonto el que lo lea”. ¿Recuerdan? Nunca llegue a saber quien o quienes grafiteaban ese mensaje por doquier, pero viendo las cifras que refleja el actual estudio del CIS, parece que la frase ha hecho mella en el subconsciente colectivo de aquella generación de infancia en blanco y negro.
A nadie le gusta que le tomen por tonto, por eso, si para no parecerlo hay que dejar de leer, mejor no leer y serlo. Aunque sólo hay una prueba para demostrar que no se es tonto, que es leer, y cuando digo leer, no me refiero leer a Cormac McCarthy, Dostoyevski o William Burroughs, digo leer de todo. Las entidades bancarias de nuestro país saben desde hace años que en este país nadie lee, concretamente el 35%, es decir 16,4 millones de españoles. ¿A quién mejor que a ellos venderles productos financieros haciéndoles firmar un contrato de 7 páginas que no van a leer? Luego vienen los quebraderos de cabeza cuando todo estaba bien claro escrito en las líneas de un contrato que nadie leyó antes de firmar porque pensaron que era cierto aquello de “tonto el que lo lea”. Así nos va.