EL MÓVIL
Llamé desde casa a Teletaxi para disponer de un transporte que me llevara a tiempo al aeropuerto de Barajas. El vehículo llegó a recogerme a una hora más o menos razonable y con la bajada de bandera a un precio algo menos razonable. Al sentarme en el asiento de atrás, sentí un bulto en el culo que en principio atribuí al teléfono móvil. Al mirar descubrí que efectivamente se trataba de un móvil, pero no de mi propiedad sino de propiedad del anterior pasajero. En un primer instante pensé en entregarle al conductor el objeto olvidado, pero rápidamente desestimé esa opción al ver en la pantalla táctil el listado de llamadas recibidas.
Todos tenemos dormida una curiosidad innata que se despierta en los momentos más insospechados e imposible de reprimir por muy buena educación que nos hayan inculcado, así que decidí darle rienda suelta en ese instante. Casi todas las llamadas procedían del mismo número, o lo que es lo mismo de la misma persona y realizadas a intervalos de apenas quince minutos, el tiempo que dura un cigarrillo, más o menos, o quizá dos. Durante toda mi carrera en el taxi, o la del señor conductor, según se mire, no dejé de comprobar los intervalos de llamadas por si hubiera alguna variación entre ellos que hiciera devolver al sueño eterno a mi innata curiosidad. Pero la exactitud entre los intervalos era tan milimétrica que al llegar a la meta de mi carrera, o a la maratón según el taxista, ya me había convencido a mí mismo en sustituir mi teléfono móvil por el que había encontrado bajo mi trasero. Los más de ciento noventa contactos personales de mi agenda ya no tenían el más mínimo interés al lado de esa llamada que incesantemente deseaba ser contestada cada quince minutos. Dicho y hecho, allí dejé mi iPhone 6 a cambio del iPhone 4S que desde ese instante pasaba a ser “mi móvil”. Tras abonar el importe correspondiente del trayecto al aeropuerto, con visita turística incluida por parte del avispado taxista, empecé a notarme otra persona. Cuando te apropias de un teléfono móvil que no es tuyo, también te apropias de la persona a quien pertenece, porque en su tarjeta de memoria están las personas que más quiere, del mismo modo que en tu memoria están las tuyas.
Según me acercaba al mostrador de facturación, su (ahora mi) móvil sonó de nuevo, puntual. ¿Sería para mí o para su antiguo propietario? Contesté, claro. Y el caso es que hemos quedado en casa dentro de dos horas para hablar de “lo nuestro” o “de lo suyo”. He dicho que sí, que iré. En el fondo era yo (el otro) el que contestaba a mi (su) móvil. Total que he cancelado el vuelo a Londres y voy camino de casa (su casa) a arreglar las cosas (sus cosas). Lo malo es que ahora como ya no soy quien creía ser y aún no sé quien soy exactamente, desconozco por completo donde vivo. Me imagino que llegaré tarde a mi casa (su casa) tal y como siempre hacía cuando era yo. Aunque deseo de todo corazón llegar a tiempo para salvar lo de ellos que ahora es “lo nuestro”, o sea, lo mío.