EL AMOR Y LOS EMOTICONOS

Hoy en día todo el mundo va por ahí mirando la pantalla de su móvil en lugar de ir mirando donde pisa. Yo también lo hago, que conste. Pero como no tengo móvil propio, miro el de los demás. Esta misma tarde, en el tren de vuelta casa, miraba tranquilamente por encima del hombro la conversación que mantenía un señor por Whatsapp y me he enterado que ha quedado al salir del trabajo con una tal María. “Donde siempre” ha solicitado él. Ella le ha dicho que no puede esta noche porque su marido llega de un viaje de negocios y tiene que prepararle la cena. “Besugo al horno”, ha escrito ella. El hombre ha contestado con un icono de carita triste y ella ha respondido con dos más (uno de ellos con una lagrimita). Supongo que “donde siempre” será el hotel en el que se ven a escondidas de su marido, ya que para decir donde estamos siempre, que es en casa, nunca empleamos la expresión “donde siempre”. Y al escribir “donde siempre”, también supongo que lo ha hecho porque es algo que hacen con frecuencia, y muy especialmente cuando su marido está de viaje.

Sin levantar la vista de la pantalla, el hombre ha escrito en el teclado táctil que no sabrá si podrá soportar otra noche sin ella. La mujer le ha contestado que nadie la hace disfrutar tanto como él (sospecho que para consolarle). También ella ha entrado a detallar lo mucho que le gusta lo que le hace en la cama y las diferentes posturas que practican, pero mejor me reservo el derecho a mencionarlo por si a algún menor de edad le da por leer este artículo. De los detalles que le gustan del hombre sentado a mi lado, la mujer ha pasado a precisar lo que no le gusta de su marido. A cada mensaje de Whatsapp de ella, el hombre respondía con un catálogo de emoticonos. Que si mi marido nunca escucha lo que digo, un emoticono de una peineta (la del dedo corazón, no la de la sevillana bailando). Que si hace meses que no me saca a bailar, un emoticono de una sevillana (ahora sí, la sevillana bailando). Que si no me da lo que quiero en la cama, un emoticono de una caquita sonriente. Y así sucesivamente hasta agotar el rosario de reproches, por parte de ella y el catálogo de emoticonos, por parte de él. Que digo yo, la cantidad de cosas que pueden expresarse con un emoticono, ¿verdad? Si al final voy a tener que comprarme un teléfono de esos de última generación para poder enviarle emoticonos de caritas a mi mujer, quien por cierto, sí que tiene uno, un iPhone 6, para ser exactos.

Lamentablemente, cuando estaba en lo mejor de la conversación, el hombre ha tapado la pantalla al darse cuenta de que yo no quitaba ojo de su móvil. Me ha dado tanta vergüenza que me he bajado en la primera parada y sin saber como acababa el romance digital. Ahora tendré que esperar en el andén a que llegue el siguiente tren y que no sé cuándo llegará. Confío en no llegar tarde a casa donde me espera mi mujer para cenar mi plato favorito: Besugo al horno.

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