LADRÓN DE GUANTE BLANCO

Las personas que saben lo que se hacen llevan guantes blancos. No hay buen camarero que no se precie de serlo que no lleve guantes blancos. Los mayordomos también llevan guantes blancos cuando te abren la puerta o te invitan a entregarles el abrigo sin decirte lo que harán con él. El optometrista lleva guantes blancos mientras te pone ante los ojos una lente tras otra para acertar con la dioptría correcta. Incluso los chóferes de limusinas llevan guantes blancos, y hasta el acomodador de la ópera lleva guantes blancos. Por no mencionar a los anestesistas, dentistas, oculistas y otras tantas profesiones terminadas en “ista”. Da la impresión de que los guantes blancos otorgan a lo que se hace una categoría superior a la que sería hacerlo sin guantes. Que digo yo que para indicar cual es tu butaca del cine o para abrir una puerta no es necesario enfundarse las manos en unos guantes blancos. Pero aún así, los profesionales del sector los llevan, incluso en verano y a cuarenta grados a la sombra.

Además, llevar guantes blancos es una clara señal de que el precio será más alto. Y cuando digo clara, no lo digo por el blanco de los guantes, lo digo porque siempre-siempre-siempre, te sale por un ojo de la cara (como en el caso de los oculistas) o por un rinón (en el caso de los cirujanos) que aunque es una profesión que no acaba es “ista”, lleva el sufijo “lista”.

Para muestra, un botón: el otro día se me ocurrió ir al dentista a ponerme un empaste y a la hora de soltar la guita pagué lo mismo que el producto interior bruto de Burundi. Y eso que no sé donde está Burundi ni cuál es su producto interior bruto, pero casi mejor no saberlo porque a lo mejor podría haber comprado el país entero y yo sin saberlo.

Desconozco el origen de la costumbre de llevar guantes blancos en determinados oficios, pero no les extrañe que la expresión “ladrón de guante blanco” venga de todas aquellos donde el accesorio que las defina sea el guante de color blanco, independientemente del resto del uniforme.

Como los tiempos cambian, hay otras profesiones que se adaptan, modernizan y actualizan al siglo en el que vivimos. Ser banquero, es una de esas profesiones. Hoy en día, cuando se entra en un banco, ya no nos reciben con guantes blancos, sino con camisas de algodón peruano de pima (el mejor del mundo según la revista Vogue), pero con puños y cuellos blancos. Es otra clara señal de que el precio que vamos a pagar por la hipoteca, el préstamo o el crédito solicitado será muy alto, altísimo diría yo. Tan alto que podría afirmarse que tiene la categoría de robo. Pero como el lenguaje es muy sabio y sabe mantener el origen etimológico de las expresiones, aún mantiene la expresión “ladrón de guante blanco” para definir aquellos delitos cometidos sin intimidación, amenazas o el uso violento de la fuerza para consumarse. La diferencia entre el camarero, el acomodador o el chófer y un banquero, es que los primeros mantienen cierta sofisticación en el modo de sacarte el dinero, frente a los segundos, para quienes la sofisticación es algo del pasado, como llevar guantes blancos. Así nos va.

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