EL OLOR DEL AFTERSUN

Septiembre. El país entero regresaba de vacaciones. Toda España a rellenar la barriga de los frigoríficos vacíos desde junio. La cola de la caja del Mercadona daba la vuelta a la góndola de las galletas polisaturadas y demás productos de bollería industrial. Aquello parecía la autopista de seis carriles de entrada a Madrid un lunes a primera hora. Incluso la caja de “máximo 10 artículos” estaba colapsada (que es como decir que el carril Bus-vao está colapsado). La cajera de mi cola, la pobre, tampoco es que tuviera muchas luces. Se tiraba cerca de diez minutos con cada cliente y eso que sólo había que pasar el código de barras de cada producto por el scanner. Su ineptitud era tal, que a veces incluso leía en voz alta número a número el código de barras de cada producto para cerciorarse de que hacía bien su trabajo a expensas del tiempo robado a cada uno de los clientes. Con este panorama, y sabiendo que aún me faltaría más de media hora para mi turno, decidí entretenerme a curiosear en el pasillo de cosmética al tiempo que arrastraba mi carrito con el esfuerzo y la desgana propias de quien mira en La 2 la vuelta ciclista a España. Cremas limpiadoras, leches hidratantes, concentrados activos “anti-age”, mascarillas, body-milks, serums faciales y demás condimentos para aliñar el aspecto exterior, ametrallaban mi vista con sus packs de diseño, sus logotipos de diseño, su tipografía de diseño y sus colores de diseño para clientas que se pasan el diseño por el mismo sitio que las toallitas higiénicas hipoalergénicas.

Pasando revista al desfile de productos perfectamente alineados, me sentía como la exministra Chacón cuando era recibida en el aeropuerto por la plana mayor militar de un país en vías de desarrollo. Cada bote de cosmética retractilado era como un sargento chusquero de medio pelo sacando pecho y haciendo brillar sus medallas alineadas en la misma dirección que los rayos del sol para incrementar aún más si cabe el resplandor del latón ganado a golpe de estado. Y al final de los soldados en línea, o mejor dicho del lineal de botes: el AfterSun. Salvo pequeños cambios de aspecto en su exterior, imperceptibles para los más jóvenes, el Aftersun sigue siendo el mismo de hace 30 años. El característico bote blanco, el característico verde de la tapa y sobre todo, el olor característico. El olor a verano, a playa, mar, a sal y sol. El olor a final de día de verano. De ese verano del primer amor y el primer beso. De cuando te haces mayor entre julio y agosto. De cuando esperas que todo vuelva a repetirse al verano siguiente y el que no acaba por volver eres tú. Y si vuelves, esperas que también vuelva ella. Viendo el bote de aftersun al lado de frascos de perfumes, colonias y aromas, probablemente sea junto a mí, el único que no ha cambiado en estos 30 años. En eso, ambos nos parecemos. El aftersun sigue teniendo el mismo olor, y yo sigo esperando a que ella vuelva. Al final he cogido cuatro botes. Sé que ya estamos en Septiembre y no es el momento, pero de vez en cuando me lo pongo sobre la piel para olerlo y decirme a mí mismo que cada día puede ser el verano en el que por fin deje de esperar para siempre.

Un Comentario

  1. El Alquimista

    Que bello……..!!!
    Me ha gustado mucho; el cambio de la cajera al amor platónico en unas lineas me ha recordado a mi, donde vivo en un mundo que parece que no es el mío (como lo de la cajera), y lo que espero de este mundo que me ha tocado vivir (como lo del amor platónico)…
    Viva el Aftersun!!

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