LA VIDA RESBALA

Si en una ocasión dije que vida destiñe, ahora también afirmo que además, resbala. Para evitar daños y perjuicios en mi propio cuerpo, tanto física como moralmente, me he comprado en el Decathlon de Las Rozas un par de botas de montaña marca Goretex con suelo antideslizante que lo flipas. Las llevo puestas todo el día y también parte de la noche, salvo cuando estoy en la cama, se entiende. Pero la razón es porque entre las sábanas no corro el peligro de patinar con algún sentimiento abandonado a su suerte por algún adolescente con mal de amores, como ocurre cuando vas por en medio de la acera. O caer de bruces por tropezar con el pedazo de algún “corazón partío” al cruzar el paso de peatones. Y la verdad es que estoy encantado con mi par de botas nuevas. Me van a juego con el tono gris de mi traje de franela, y se funde de tal manera con el tono del asfalto, que paso completamente desapercibido para el resto de transeúntes y transeúntas (si me permiten este “palabro”). Son botas alemanas de marca, fabricadas en China con tejido hindú y cosidas en Taiwán, y llevan una suela de casi tres centímetros de caucho procedente de países amazónicos con unos relieves que vistos desde abajo parecen los edificios de una ciudad vista desde arriba. Me imagino entonces que las hendiduras son las avenidas de una megalópolis por la que caminan personas como las que caminan por las avenidas de la megalópolis en la que vivo yo. Por eso, procuro caminar de puntillas, no sólo para sortear las emociones desparramadas a cada paso, sino también para no aplastar cada vez que piso a los ciudadanos de una ciudad que habita en la planta de mis botas de Goretex.

El caso es que de tanto ir de puntillas por la vida, he logrado que nada de lo que ocurre a mi alrededor me afecte. Ni los desastres del cambio climático, ni las guerras patrocinadas por Naciones Unidas, ni el éxodo de refugiados de guerra, ni el aumento del paro o la ola de asesinatos machistas. Paso por encima de todo ello como una bailarina del Boshói, pero en lugar de zapatillas y tutú, calzo botas de montaña y visto traje chaqueta. Aunque por mucho que camine de puntillas, estoy seguro que tarde o temprano me cruzaré con una de esas cosas que suelen dejar los perros en la acera mientras sus dueños miran hacia otro lado y resbalaré cayendo de cara contra una realidad a la que hay que mirar de frente si queremos caminar por la vida con paso firme. Jodido mundo éste.

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