Los perros no sudan, tampoco los gatos, ni los pájaros. Sudar es algo que caracteriza a los humanos. Por eso mi primo Miguel es el más humano de todos los humanos que conozco. Y mira que conozco humanos. El cuerpo de mi primo Miguel brilla incluso cuando no le da la luz. Y lo hace de un modo especial cuando se cruza con Maripepa, su vecina del quinto. Ni cuando jugamos al futbol en el patio del colegio brilla tanto. Si habitualmente exhala agua por los poros en cantidades medibles a la vista, cuando Maripepa hace acto de presencia, las compuertas del pantano de su epidermis se abren de par en par y ríos y ríos de sudor descienden extremidades abajo impregnando los tejidos que las cubren adhiriéndose pegajosamente a su piel. Por suerte para los que solemos presenciarlo, se trata únicamente de agua inodora, que si además tuviera el pobre la mala suerte de exhalar hedor, aquello sería para grabarlo con el móvil y enviarlo a un programa de esos científicos de la 2, o mejor, a esos de actividad paranormal, que pagan más. A mí, al igual que le ocurre a primo no me importa, para eso somos familia, para lo bueno y lo menos bueno. Y a Maripepa tampoco parece importarle mucho, a juzgar por la cantidad de veces que nos la encontramos en el barrio y siempre vistiendo esas minifaldas de tablas que llevan las que son como ella, es decir, estudiantes del instituto de monjas de Loreto.

Este sábado por la noche mi primo y yo hemos quedado con ella y una de sus amigas, también estudiante con minifalda de tablas. Nos han invitado a un cumpleaños en el garaje de los padres de otra chica que por lo visto se van a ir el fin de semana a la casa de la sierra. Nunca he ido a una fiesta con chicas que llevan minifaldas de tablas y menos con una amiga de la chica que más hace sudar a mi primo. De sólo pensarlo me están entrando unos calores que llevo todo el día empapado de la cabeza a los pies. Es la primera vez que me pasa algo así. Debe ser cosa de familia, o de la edad, no sé. Maldita pubertad.