MIS SOMBRAS Y YO

Tengo una sombra que me acompaña siempre. A veces aparece cuando yo quiero, como cuando camino por la acera donde más golpea el sol, y en otras ocasiones sale a luz sin yo quererlo ni ser plenamente consciente de ello. Contra la primera sombra no tengo nada en contra, ni ella tiene nada contra mí. Es una sombra al más puro estilo sombra, con sus brazos, sus piernas, su cabeza e incluso con el mismo corte de pelo que lucimos coronando nuestra cabeza y protege pensamientos de la radiación ultravioleta. Es la misma sombra de la que huyen despavoridos algunos niños cuando la descubren en la tierna infancia y de la que reniegan corriendo por delante sin llegar a ser conscientes que es tan inocente como la figura humana que la provoca. Cuando levantamos la mano, ella lo hace siguiendo nuestra orden. Si adelantamos el pie, repite la acción de inmediato. Al correr tras el autobús, nos persigue por detrás para acompañarnos en el trayecto. Es una sombra obediente, disciplinada y dócil. Lo malo de la otra sombra que aparece cuando no queremos que aparezca es la sombra mala, o la mala sombra, como quieran llamarla, y la tenemos todos y cada uno de nosotros. Nos describe de un modo distinto a como lo haría la sombra inocente que asusta a los más pequeños, con la diferencia de que a ésta no la vemos hasta que otros la ven. Y también asusta y muy especialmente a quienes nos rodean. Es la sombra que pisa y aplasta sentimientos ajenos y suele ser muy alargada, casi tanto como la del ciprés de Miguel Delibes. A pesar de pertenecernos, tiene tanta vida propia como nombre propio. Algunas se llaman Amargura, otras Decepción, las hay con nombre compuesto como Pesimismo Penetrante (muy fácil de reconocer porque siempre despierta cada mañana maldiciendo su anodina existencia), e incluso con denominación de origen (véase la “mala follá” granadina). La extensión de la mala sombra es inimaginable, alcanzando en primer lugar a quienes se mantienen cerca por voluntad propia y también a quienes crean distancia por precaución y evitando el peligro de verse ensombrecidos por la proyección de otros.

Ayer mi sombra Egoísta salió de paseo sin mi consentimiento y en su trayecto hirió sentimientos ajenos sin mi permiso. Al volver a casa parecía satisfecha, pero dejó tras de sí tal reguero de dolor que tuve que encerrarla de nuevo bajo llave, tal y como deben estar las malas sombras que nos acompañan a lo largo de la vida y muy a pesar nuestro porque nosotros somos los primeros damnificados.

Ahora, cuando percibo que mi mala sombra comienza a hacer acto de presencia y desea salir a dar una vuelta, al más mínimo amago cambio de acerca y camino por donde más calienta el sol que es por donde estoy más feliz conmigo mismo y hago más feliz a los demás. De este modo, puedo reconocer con la vista sobre el enlosado a la dócil y obediente sombra que deseo me acompañe y ser yo quien la domine y no ella a mí.

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