CUIDADO CONMIGO
A veces veo sin necesidad de abrir los ojos, como esos cieguitos del cupón que con la vista perdida te reconocen cuando saludas con tan sólo percibir el sonido de tu voz. Ellos son capaces de saber si te va mal en el trabajo o bien con tu mujer (o viceversa), o si tienes problemas de comunicación con tu hijo adolescente o tu hijo contigo, y tienen la capacidad de hacerlo simplemente codificando el tono de tu voz. Todo un prodigio de la madre naturaleza.
Con frecuencia también me da por cerrar los ojos tratando de imitar ese don que poseen quienes no pueden ver y a quienes algunos insensibles llaman discapacitados, pero que por lo que parece están más capacitados que muchos psiquiatras para deducir el estado de ánimo y actuar en consecuencia. Descubrir si el compañero de trabajo es feliz en su trabajo, si el jefe tiene conflictos de ética con el maquillado de la cuenta de resultados de la empresa o si mi pareja finge que me quiere tras siete años de relación o me engaña con mi infeliz compañero de trabajo, es posible hacerlo con los ojos cerrados. Basta con afinar el oído, que no es un instrumento de música como un violín o una tuba, pero permite orquestar la vida en su conjunto. Aunque confirmo por experiencia propia que hay ocasiones en las que resulta inevitable mantener los ojos abiertos. Porque al hacerlo, la realidad nos da la bienvenida en forma de bofetada. Una bofetada que sentimos en la cara sin haber sentido si quiera la mano. Así es como también nos recibe la vida cuando venimos al mundo, con una bofetada en el trasero. Para que abramos los ojos, dicen lo médicos, y rompamos a llorar para ser uno más en este planeta de locos. Yo los abrí hace años, 45 concretamente, y aún me estoy recuperando del bofetón que me arrearon en las nalgas, en la izquierda para ser exactos. Tanto es así, que siempre procuro mirar donde me siento, no sea que a algún graciosillo se le ocurra apartarme la silla y sea mi culo el que vuelva a recibir el saludo de la realidad. Inseguridad, dicen. ¿Y quién no se asegura en estos días? Hay futbolistas que aseguran sus piernas como Cristiano Ronaldo, locutores de radio como Luis del Olmo que aseguran su voz y hasta vigilantes de playa como Pamela Anderson que aseguran sus pechos, como si el resto del cuerpo diera igual que se perdiera. Pero allá cada cual. Yo por si acaso, voy a cerrar los ojos tal y como hacen los cieguitos del cupón y continuar viendo lo que a veces veo sin necesidad de abrirlos. Aunque seguro que vendrá otro graciosillo que me obligue a regresar de la felicidad de ojos cerrados en la que vivo y será inevitable el volver a abrirlos. Mejor que tenga la cara asegurada a prueba de bofetadas porque el guantazo que recibirá por mi parte será surrealista, como lo es la vida misma. Así que…cuidado conmigo.