LAS SERVILLETAS DE LOS BARES
La servilleta de los bares es, de lejos, la mejor invención del ser humano nacido y criado en nuestra amada piel de toro, o sea, en España. Muy atrás queda Manuel Jalón, creador de la fregona y la jeringuilla desechable. Y aún más lejos está Enric Bernat, quien en un alarde de creatividad puso un palito a un caramelo dando a luz al hallazgo con más fans que Michelle Obama en Facebook, o sea, el Chupa Chups. A diferencia de la fregona y del Chupa Chups, que han sufrido más actualizaciones con el paso de los años que el teléfono iPhone de Apple, la servilleta de los bares mantiene su idiosincrasia desde el primer día. Ahora mismo no sé decirles con exactitud su año de nacimiento respecto a la fregona que fue en 1956 y también el del Chupa Chups (qué coincidencia, ¿no?). A día de hoy y 60 años después de ponerle un palo a todo, a nadie se le ha ocurrido ponerle un palo a un papel y crear así una nueva forma de limpiarse los restos de pincho de tortilla de la comisura de los labios. Tampoco el gramaje del papel ha sido alterado en ningún momento. El barniz ligeramente satinado de ambas caras del pedazo de papel de 12 centímetros de ancho por 12 de largo logra, no sin implicación de la inercia de una mano manipuladora, que la grasilla sobrante en la comisura labial se esparza por el resto del cutis, otorgando al rostro del cliente un brillo juvenil a la par que ceroso. Puede que por esa razón, los asiduos a bares y tabernas luzcan mejor aspecto al salir que al entrar, aunque las cuatro cañas y los tres chatos de vino también ayuden bastante.
En el bar que hay debajo de casa, al que suelo ir tres veces al día (desayuno, aperitivo y cena), ofrecen dos versiones de servilletas satinadas a los clientes acodados en la barra. Las hay con ribete de color azul oscuro y las de festón carmesí. Supongo que las azules son para uso exclusivo masculino y las carmesí para las mujeres, pero jamás he visto a ninguna fémina usar servilleta alguna para eliminar restos orgánicos alimenticios de su boca acarminada frotándose con el papel satinado de la servilleta. ¿Se imaginan el efecto? Mejor, no. Pero no todo son desatinos en el diseño de la servilleta de papel de los bares. Su historia está jalonada de anécdotas de toda índole. Han servido para anotar cientos de teléfonos de futuras citas amorosas-sexuales que han desembocado posteriormente en felices matrimonios y también en decepciones estratosféricas, todo sea dicho. También Pablo Picasso pagó una opípara cena a su amigos Jean Cocteau, Max Jacob, George Braque, Juan Gris, André Salmon y Guillaume Apolinaire dibujando un monigote de los suyos en una servilleta (luego el dueño del bar le pidió que se la firmara y Picasso contestó: “estoy pagando la cena, no comprando el restaurante). E incluso Lionel Messi firmó su primer contrato con tan sólo 12 años en el dorso de una servilleta que actualmente se exhibe en el museo del club futbolístico blaugrana. Por lo tanto, al final mejor que nadie tuviera la genial idea de poner un palo a la servilleta. Si hubiera sido así, puede que hoy ni tuviéramos a Messi en el Barça, ni yo hubiera conocido a mi actual mujer. Por lo tanto, sólo puedo ser agradecido con las servilletas de los bares diciéndoles lo mismo que ellas me dicen a mí cada día: Gracias por su visita.