LA TELETIENDA
En lugar de pegar ojo, me he tirado tres horas pegado a la televisión. Tres horas sin pestañear mirando un canal de esos de la TDT donde invitaban al espectador a adivinar (a cambio de un puñado de euros de premio) las siete diferencias entre dos fotos de dos mujeres en tanga, la misma mujer, claro. Una presentadora pechugona, que más parecía una estríper que periodista televisiva, hacía las labores de teleoperadora contestando el teléfono a un euro con cincuenta el establecimiento de llamada más los cuarenta céntimos que costaba cada segundo que transcurría. Todo en ella era postizo. Empezando por las protuberancias que saltaban al vacío por encima de su escote “palabra de honor”, pasando por su rubio de bote (de bote de agua oxigenada quiero decir) y terminando por el tamaño XXL de sus uñas lacadas. Este tipo de programas es lo único que puedes ver entre las dos y las cinco de la madrugada en cualquier canal de televisión, y eso que hay más de 75 diferentes. Ninguno de los insomnes que se atrevió a marcar el teléfono pasó de adivinar más de cuatro diferencias entre las fotos de las “modelos gemelas”. Y eso que las estrías, la celulitis y las marcas blancas del sujetador también contaban. Hubo un telespectador de Talavera que encontró una cuarta diferencia entre el número de pelos de una melena rubia que intencionadamente ocultaban unos pechos “made in Corporación Dermoestética”. Pero aún así, el ganador de los dos mil quinientos euros siguió sin aparecer. Y el bote iba subiendo. A las tres y veintidós, un tal Manuel, de Alicante, descubrió la diferencia número cinco. Ni más ni menos que una carie en el cuarto canino de la dentadura que lucía la mujer gemela izquierda, según miras a la pantalla. A eso de las cuatro, la sexta diferencia salió a la luz en boca de la tele-espectadora María José, de Murcia. No sabía que las mujeres también veían este tipo de programas, aunque cuando el sueño no hace acto de presencia, cualquier cosa que se acerque a la modorra puede considerarse prescripción médica. A esas horas, la presentadora doble de Pamela Anderson que conducía el programa ya mostraba los mismos síntomas de agotamiento que yo, pero tanto ella como mi orgullo nos impedían abandonar la misión encomendada: descubrir la séptima y última diferencia bajo la promesa de un botín de diez mil euros. A pesar del agotamiento, el enrojecimiento de ojos provocado por la perpetua visión de la pantalla de plasma e incrementado por la botella de vino que conseguí vaciar en menos de una hora, logré encontrar la séptima diferencia. Nada más y nada menos que una pestaña torcida en el ojo derecho de la chica de la izquierda. Tembloroso por la excitación, marqué el número de teléfono y la voz fría de un contestador automático me mantuvo en espera algo más de quince minutos por un valor total de 361,50 euros. Y cuando por fin, la presentadora me dio paso en directo con la miel de doce mil euros en los labios, al regidor se le ocurrió dar por terminado el programa sacando en sustitución a una adivina que leía las cartas del Tarot a tres euros el establecimiento de llamada y setenta céntimos cada segundo transcurrido. Total, que mi agudeza visual cayó en saco roto junto con los casi 400 euros de mi tarjeta de crédito. Eso sí, ahora duermo como un bebé y sueño con dos gemelas rubias prácticamente iguales.
Tremendo submundo el de la teletienda. Y encima debe haber toda una industria de gente detrás…
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Amigo Otilio, hay muchos mundos dentro de este mundo. Algunos están a la vista, otros, bajo la superficie. Pero no por ello dejan de ser mundos (o submundos).
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