NO SÉ LIGAR

Darme cuenta de que no sé ligar me ha llevado siete años, que es el tiempo que llevo desligado del acto de la seducción. No es que no le ponga ganas, es que simplemente las ganas no me lo ponen fácil. Mis amigos y algunas amigas (que ya están comprometidas, claro) me dicen que los mejores sitios para ligar ya no son los bares, ni las discotecas, ni las coctelerías. Que lo que ahora se lleva es ligar en los museos. Desconocía ese dato y como soy muy obediente, especialmente cuando lo que me ordenan proviene de labios femeninos, recorro los museos de Madrid a ligar en lugar de ir a lo que se va a un museo que es a mirar los cuadros que cuelgan de las paredes. Llevo escrito en un papel varias frases infalibles para soltar a la primera mujer que se cruce conmigo en la sala XII del Prado que es donde están las Meninas (las de Velázquez, no las que van a ver el cuadro). Mis amigas me han garantizado su eficacia, pero hasta que a mí me funcionen, no puedo confiar en ellas (en las frases, quiero decir, en lo que me han dicho mis amigas confío ciegamente). Una de esas frases dice: “Me encantaría poder verte sin maquillaje cada mañana de mi vida”. Otra es: “¿Por qué una estrella como tú está tan cerca del planeta tierra?”. Y la última, la más atrevida de las tres: “Ese largo de falda debería estar prohibido”. La dos primeras las reservo para el museo Thyssen y la tercera para el Reina Sofía, donde se supone que van mujeres más osadas (por tratarse de un museo de arte moderno, quiero decir, no piensen ustedes mal). El caso es que llevo tres meses visitando cada domingo todos y cada uno de los museos de Madrid y aún no he tenido la oportunidad de soltar ninguna frase a ninguna mujer, ni siquiera en el Reina Sofía donde se supone que van las mujeres más osadas (ahora sí que lo digo para que ustedes piensen mal). Mirando el lado positivo de haber perdido la costumbre de ligar, resulta que me estoy convirtiendo en un especialista en arte. Podría decirles de corrido los nombres y apellidos e incluso el parentesco de todos y cada uno de los personajes que conforman el cuadro La Familia de Carlos V de Goya del museo del Prado y hasta el número de tirabuzones que hay en el pelo del retrato de Giovanna Tornabuoni en el Thyssen. Tanto es así que estoy pensando seriamente dirigirme a la mujer del retrato pintado por Domenico Ghirlandaio y soltarle una de las frases que llevo escritas en el papel. Lo que pasa es que como he perdido la práctica en el arte de la seducción, no sé si la frase que hace referencia al largo de su falda sea la más adecuada. Por intentarlo, que no quede. El no, ya lo tengo seguro.

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