EL EFECTO PIGMALIÓN
Llevo tiempo ejercitando sobre mi entorno más cercano el efecto Pigmalión. Para explicar a los lectores que no sepan quién era el tal Pigmalión, hay que remontarse a la época de la mitología griega. En aquellos años de dioses y diosas por todos lados, centauros, harpías y argonautas, existía un escultor que acabó locamente enamorado de una de sus creaciones talladas con cuerpo de mujer a la que llamó admirablemente Galatea. Su amor hacia la figura de piedra era tan grande que la diosa Afrodita tuvo a bien transformar la piedra en carne y hueso convirtiendo el sueño de Pigmalión en una realidad y a Galatea en una señora hembra.
El relato mitológico dio nombre siglos después en psicología a la representación de la idea de las profecías autocumplidas y describe la creencia que posee una persona determinada en el potencial humano de otra en concreto, y su influencia para el logro de una meta o la consecución de un objetivo. El llamado efecto Pigmalión se ha experimentado con éxito en colegios, institutos y universidades de medio mundo. Bastaría con alabar las excelencias de un alumno para que aprobara, o por el contrario recriminar su nefasto talento para que suspendiera, aunque el primero sea un zote y el segundo apunte maneras a premio Nobel. Si lo dicen los pedagogos, que saben de esto más que nadie, por algo será. Pero a mí me da que simplemente se trata de emplear la palabra correcta en el momento adecuado. A veces un simple “gracias” o un escueto “por favor” logra cambiar la actitud y el comportamiento de quienes se muestran ariscos, huraños, intratables y ásperos (por no decir gilipollas que es una palabra menos fina). Como no soy psicólogo ni pedagogo, ni pretendo serlo, uso con frecuencia el poder de la palabra correcta en el momento adecuado tal y como haría el profesor con el zote de su alumno para que alcance la cima de su logro como ser humano. Lo hago día sí y día también, tanto cuando me dirijo a la cajera del Mercadona como si hablo por teléfono con quien insiste en que cambie de operadora de telefonía móvil. A todos procuro lisonjear como si fuera Pigmalión ante la efigie de Galatea y lograr de ellos el éxito como seres humanos, por su propio bien y por el mío el primero.
Y aunque lo intento una y otra vez, con algunas personas habría que tener el poder de Afrodita pero al inversa, y convertir a los gilipollas de carne y hueso en estatuas de piedra.
Gracias por tu regalo diario…..
Por favor no crees en tu creatividad que llena en mi una espera diaria….
El Alquimista.
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Gracias por tu regalo diario…..
Por favor no ceses en tu creatividad que llena en mi una espera diaria….
El Alquimista.
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