LA ORTOGRAFÍA
El pasado viernes, o sea, hoy hace exactamente una semana recibí una llamada en la que se me invitaba a asistir el martes, o sea, este pasado martes, a ejercer de jurado en un tribunal académico para puntuar del uno al diez la calidad de las tesis que presentaban un puñado de alumnos de una prestigiosa universidad. Desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde, atendiendo sin pestañear a una decena de futuros profesionales parloteando sobre sus proyectos. Con tanta palabrería, el tiempo para comer se redujo a dos sándwiches del Rodilla de la esquina, una Coca-Cola de lata que luego resultó ser Pepsi y un café de máquina de esos que en lugar de cafeína tiene “bífidus activo” y acabas por irte por la patilla (dicho en fino).
Todos y cada uno de los alumnos apoyaban su proyecto con una presentación en PowerPoint que a día de hoy es imprescindible para desviar la atención y resulta infalible cuando el ponente carece de atractivo físico alguno. Tras cinco horas de intensa concentración, las pupilas de mis ojos decidieron hacer huelga y dejaron paso a un piquete de venas rojas (no es un epíteto, es un sustantivo) que manifestaban su negativa a continuar trabajando, no tanto por el horario, sino por las condiciones laborales. Cuando son tus globos oculares los que declinan abiertamente su derecho a trabajar, es porque lo que ven les causa más pena que gloria. Eso fue exactamente lo que les ocurrió a los míos cuando al quinto PowerPoint decidieron por unanimidad, es decir, los dos ojos a la vez, dejar de sufrir en sus carnes, en este caso en mis iris, las numerosas faltas de ortografía cometidas por todos y cada uno de los alumnos de la tesis. Siempre que acudes a una cosilla de éstas en las que tienes que juzgar a los demás como si fueras San Pedro a las puertas del cielo (tú sí entras, tú no, tú sí, tú no, tu tampoco…) tienes algo de manga ancha, especialmente con jóvenes que apenas superan los veinte años y tienen más hormonas revoloteando en sus partes sexuales que neuronas en su cerebro, pero el caso del pasado martes era difícil de superar. La colección de faltas de ortografía pasaba por ausencia de haches en verbos donde sin ella son otra cosa menos verbo, las “íes” latinas sustituidas por las griegas sin pudor (la letra, no la mujer nativa, se entiende), tildes que van y vienen como el Guadiana que entra y sale por donde le viene en gana…En fin, que cuando llegó la hora de la deliberación del tribunal decidimos, también por unanimidad, suspender a todos por sus faltas de ortografía. Pudimos haber salvado alguno, pero ¿te imaginas que luego llega a presidente de gobierno y en las elecciones generales en lugar convocar a los ciudadanos para ir a votar, vamos todos a “botar”? Prefiero no cargar con esa responsabilidad en mi conciencia y mejor enviar a los alumnos a septiembre que a un futuro incierto. Cómo está patio.