VIVO EN UNA CASA QUE HABLA
Llevo tres meses viviendo de alquiler. Alquilar una casa es algo de lo más normal. De hecho, el 80% de la humanidad vive de prestado en una casa que no es la suya a pesar de que la Constitución Española deja bien claro el derecho de todo españolito de bien a tener una vivienda digna. Pero la Carta Magna no ofrece pista alguna sobre el adjetivo “digna” con el lujo de detalles que lo hace la última actualización del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, esa “gran casa” donde habitan las palabras.
En el caso de mi casa (esto es una cacofonía), a ella le ha dado por hablar. Y lo hace a las horas que ella considera oportuno hacerlo. Como por ejemplo, a las tres de la madrugada. A esas horas intempestivas (otro palabro que no termino de entender), le da por abrir la boca y empezar a lanzarme mensajes que no consigo descifrar ya que en el colegio sólo me enseñaron castellano (malamente) y algo de inglés (badly). Pero me da que ni en un idioma ni en otro nos vamos a comunicar, tal y como se supone deben hacerlo dos seres que viven bajo el mismo techo, independientemente de que uno te mire desde el techo y el otro (o sea, yo) lo haga desde el suelo. Nada más acostarme, noto que me desea felices sueños en su lenguaje de casa, a saber: sonidos guturales procedentes de las ancianas cañerías y quejidos que intuyo salen de entre las muchas grietas del gotelé de las paredes. Con el paso de los meses, ya estoy consiguiendo descifrar sus monosílabos. Cuando escucho un eco similar al de Darth Vader en la Guerra de las Galaxias, sé que me está preguntando por el estado de la economía mundial, y al oír resquebrajarse la placa de escayola del doble techo, intuyo que no está muy de acuerdo con la chica que he llevado al dormitorio para hacerla el amor. Vivir en una casa que habla no es nada nuevo para mí. Ya lo hice cuando tenía la mía propia, y por aquel entonces, cada día se dirigía a mí con la voz del director de sucursal bancaria con quien firmé la hipoteca. En aquella ocasión, mi casa sólo me hablaba a primeros de mes, reclamando su ración de comida en forma de letra hipotecaria. Bastaba con hacer el ingreso del 90% de mi nómina y ya no me volvía a dirigir la palabra con sonido de sumidero hasta el mes siguiente. En el tiempo que llevo en mi casa actual de alquiler, hemos tenido desde conversaciones distendidas hasta debates sobre el estado de la nación. Y la verdad es que, para ser una casa que habla, me gusta cómo piensa. Casi tanto como pensaba mi exmujer antes de que me abandonara para irse a vivir con otro hombre a una casa de campo, donde lo único que se escucha es la hierba crecer.
Por mi afición a estas charlas amistosas con mi casa de alquiler es por lo que no consigo encontrar pareja estable para compartir el mismo techo. A la semana, todas las mujeres pasan de mí argumentando que estoy loco de remate por ir hablando solo por cada rincón de la casa. Si alguna mujer está leyendo esto y no me considera un bicho raro por hablar con las paredes, que contacte rápidamente conmigo, estoy seguro de que entre los tres podríamos hacer una buena pareja. Al menos, conversación nunca nos faltaría.