HAY MÁS MÓVILES EN EL MUNDO QUE CEPILLOS DE DIENTES
Leo en la prensa que en el mundo hay más teléfonos móviles que cepillos de dientes. Teniendo en cuenta las burradas que habitualmente nos decimos a diario los unos a los otros, no es extrañar que las bocas sucias ganen a los que la tienen limpia.
Con la llegada de nuevas tecnologías a las tecnologías nuevas, cada vez da menos reparo insultar, soltar palabras soeces e incluso agredir verbalmente a través de aplicaciones que dan bastante juego para ello como Whatsapp, Facebook o Twitter. Son pocos lo que se atreven a dar la cara para decir lo que piensan sobre algún aspecto en concreto o de alguna persona determinada, y han encontrado en estas nuevas vías de expresión el mejor modo para lanzar la piedra y esconder la mano, que aplicado a las aplicaciones es como escupir y esconder la lengua. Que quede claro que no tengo absolutamente nada en contra del envío de Whatsapps, ni de los mensajes de Facebook, ni de los 140 caracteres de Twitter (allá cada cual con su conciencia y su libre interpretación de la libertad de expresión). Pero viendo la ira generalizada que suscita el uso de estas aplicaciones, resulta fácil descubrir quien usa móvil y quien no usa cepillo de dientes.
Los estomatólogos recomiendan que el modo correcto de cepillarse los dientes debe llevar unos 120 segundos, y hacerlo al menos tres veces al día realizando movimientos cortos y suaves, prestando atención a la línea de la encía y dientes posteriores que son los de difícil acceso e imposibles de alcanzar si no eres un bocazas. Conozco a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) capaces de enviar con movimientos bruscos y rápidos 15 Whatsapps, responder a sus 1.200 amigos de Facebook y enviar 23 mensajes de Twitter en los 120 segundos que tardarían en limpiarse los dientes. Por otro lado, desconozco si todos los mensajes que comparten en sus redes sociales tienen la misma halitosis que intuyo tendrá su boca por falta de higiene, ni estoy dispuesto a comprobarlo. Debo ser de los pocos en el mundo que no utiliza Twitter, ni usa impulsivamente Facebook, ni tampoco emplea el móvil para enviar Whatsapps cada minuto. Me limito a ejercer mi libertad de expresión de modo racional. Y cuando creo conveniente y deseo decir lo que tengo que decir a quien tengo que decírselo, lo hago cara a cara, al igual que hace mi estomatólogo conmigo cuando me recomienda cepillarme los dientes tres veces al día. Eso es lo que me permite ser dueño de mi silencio o esclavo de mis palabras cada vez que abro la boca, como estoy haciendo en este preciso instante mientras escribo este artículo.
Viva la libertad de expresión. Y larga vida a los cepillos de dientes, también.