EL INFRAMUNDO

Vivimos en el inframundo. Sí, parece un mundo real, pero el real es otro muy distinto al que usted y yo conocemos. En el mundo que parece real, lo que ocurre tiene más de irreal que de real. Es un lugar en el que nadie ni nada es lo que parece. Cuando parece que va a llover, sale el sol y cuando el sol brilla en el cielo, las nubes hacen acto de presencia ennegreciéndolo todo bajo una sombra de nubarrón gigante a punto de descargar treinta litros por metro cuadrado en las próximas dos horas. En el mundo que conocemos usted y yo, tampoco las personas son lo que parecen o lo que dicen que ser. Yo, por ejemplo, afirmo en mi currículum vitae que tengo tres carreras universitarias, cuatro máster y que hablo cinco idiomas, incluso con fluidez (entre ellos el Rotokas, natural de Papúa Guinea). Y usted, que dice ser ingeniero de caminos licenciado Cum laude por la Universidad Complutense de Madrid, actualmente trabaja durante diez horas al día de lunes a sábado como teleoperador para una gran compañía de telecomunicaciones en una nave de un polígono industrial perdido de la mano de Dios. ¿Acaso me equivoco? En este mundo que compartimos ambos, ni usted es quien dice ser, ni yo soy quien soy. Por eso afirmo y confirmo con hechos fehacientes que vivimos en el inframundo. Cuando decidamos tomar conciencia del inframundo que es el mundo en el que vivimos será cuando sepamos a ciencia cierta quiénes somos en realidad. Aunque viendo quien anda por ahí diciendo lo que hace después de haberle escuchado decir que haría lo contrario, no es de extrañar que nadie (incluidos usted y yo) digamos quiénes somos. El pasado sábado, sin ir más lejos, escuché a mi cuñado mostrar su opinión sobre la clase obrera. No entraré en detalles sobre su modo de pensar, pero fue su modo de actuar lo que me hizo pensar que tampoco es como dice ser, a pesar de formar parte de la clase obrera de la que reniega. También he escuchado conversaciones ajenas en cafeterías, en la parada del autobús e incluso a compañeros de trabajo con quien mantengo relación laboral desde hace años lo que harían si fueran millonarios. Que si no necesitarían acudir diariamente a su puesto de trabajo para llegar a fin de mes, qué clase de coche conducirían e incluso a dónde mandarían a su pareja si la lotería tuviera a bien premiarles con un décimo del Gordo de Navidad. Por fortuna, no conozco a nadie de mi entorno a quien la suerte le haya sonreído ni a quien le hayan llovido euros del cielo. Por eso, estoy convencido, en el caso de que así fuera, que ninguno tendría la valentía suficiente para hacer lo que dijo que haría. Este hecho es lo que reafirma mi convencimiento de que soñar resulta tan barato como hablar. Si hubiera que pagar por lo que se dice y después no se hace, estoy seguro de que más de uno tendría la boca cerrada y por fin sería quien dice que ser. Así a todos nos iría mejor, empezando por mí mismo. Aunque si yo dejara de decir cosas, ustedes se quedarían sin poder leer estos artículos que a mí me hacen soñar y a ustedes sonreír, supongo. Y todo por no reconocer que vivimos en el inframundo.

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