TODO ES MENTIRA
Hace unas semanas escribí un artículo muy emotivo sobre la muerte de mi mascota, concretamente, un gato de raza persa. Algunas personas, sensibles a mi dolor y solidarias con el sentimiento de pérdida, me dieron el pésame. Muchas de ellas lo hicieron cuando coincidimos como se suele coincidir en una capital de provincias, o sea, paseando por las mismas calles por las que pasea el 90% de los ciudadanos, ya estén empadronados o tengan en ella su segunda residencia. Otras personas aprovecharon la inmediatez de las redes sociales para manifestar su pesar y hacerlo ajustándose a los 140 caracteres de Twitter, o embadurnando de emoticonos sensibleros mi perfil de Facebook. Otras dieron sus condolencias a través de extensos y cursis textos enviados vía correo electrónico (supongo que copiando y pegando pasajes de páginas web dedicadas específicamente a obituarios y necrofílicas aficiones) Y, por último, los lectores más tímidos enviaron un escueto mensaje por whatsapp con sólo tres palabras: “Siento lo tuyo” o “Por fin descansa” y cosas así.
En otra ocasión, también hace unas semanas, escribí otro artículo sobre las consecuencias afectivas de la crisis de los 40 (varios artículos, de hecho). Y de nuevo encontré la solidaridad de numerosos lectores y lectoras con la “middle-age” a flor de piel que rápidamente se identificaron con el contenido y agasajaron mis pupilas con frases del tipo: “…tú sí que has sabido entender lo que yo siento…”, o aquella que dice: “…eres el único que ha conectado con mi yo interior…”, por no mencionar una que me estremeció (la pongo tal cual, incluso con sus faltas de ortografía y todo) y que reza así: “…nadie como tu a acariciado mi ser y mis oidos con la delicadeza de tu pluma de autor redimido”. Sin palabras me quedé, como me imagino que usted también se habrá quedado al leerla.
Llegados a este punto, usted se estará preguntando a estas alturas a dónde cojones (o coño, como prefieran) quiere ir a para este tío con su artículo de hoy. Pues bien, se lo voy a decir: A todos/as esos/as lectores/as que aún a día de hoy creen o quieren creer que todo lo que escribo en los artículos que leen me sucede en la vida real, les voy a decir dos cosas desde el respeto y aún a riesgo de perderles como lectores. La primera: muchas gracias por leer uno a uno los artículos que escribo y hacerlo casi a diario que es con la frecuencia con la que los escribo. Y la segunda: todo es mentira. Ni mi gato ha muerto (porque no tengo), ni tampoco tengo cuarenta años. Tampoco piensen que voy a confesar mi edad en un ataque de sinceridad ni desvelar aquí y ahora la tipología de vertebrado mamífero que tengo como mascota (si es que tuviera, claro). A todos ellos, siento mucho decepcionarles. Así es la literatura de ficción, que cuando te la crees, decepciona. Salvo si la amas, entonces la disfrutas como pocas cosas se pueden disfrutar en esta vida. Casi tanto como el placer de escuchar el ronroneo de un gato persa mientras le acaricias el lomo.