AMOREXIA
Soy muy dado a inventarme palabros (que conste que la palabra “palabro” existe, que lo he mirado en el nuevo diccionario de la Real Academia Española de la Lengua). Puede que mi afición a los palabros provenga de mi innata condición a llevar la contraria a quien se cree en el derecho de decirnos lo que tenemos que decir y además el modo en el que tenemos que decirlo y con ello negar la importancia de seguir a pies juntillas las normas lexicográficas más básicas. También puede que invente palabros para buscar definición a lo que me ocurre a diario y no sé cómo abordarlo, resolverlo, solucionarlo o simplemente, quitármelo de la cabeza, que es lo mismo que querer olvidarlo para siempre.
Lo de inventar palabros me viene de niño, cuando con apenas dos años y en plena ebullición balbuceante definía los objetos que había a mi alrededor tal y como yo los veía, a pesar de tener la misma forma, color, olor y sabor a como el resto de humanos veían, olían y saboreaban. Aquella capacidad lógica infantil de renombrarlo todo se ha perpetuado a lo largo de lo años, y a día de hoy, de adulto (o de “viejoven” como prefiero autodefinirme) la cultivo más que nunca ya que más que nunca es de adulto cuando se me hace más necesaria. Cuando busco semejanzas o diferencias entre una emoción y otra, recurro a lo que hacía de niño para definir la realidad que vislumbraban mis ojos. Por aquel entonces un “gatón” era un ratón del tamaño de un gato, la “vomilla” era la papilla que me daban y minutos después vomitaba del asco que me producía tomarla, y si al caminar por la calle de la mano de mi padre veía a un vagabundo, decía que era un “vagamundo” porque era un señor que vagaba por el mundo (aunque creo que este último término también ha sido aceptado finalmente por la Real Academia Española de la Lengua, pero no sé si ha sido por mí o porque otros niños como yo también empleaban la misma acepción, que todo puede ser).
La creación de jitanjáforas, que es el palabro que define la creación de palabros que no existen en ningún diccionario, no tiene una justificación racional, sino más bien un carácter fantasioso o emotivo cuya finalidad inútil sirve para lo que sirve la fantasía, o sea, para emocionar. Aunque por mucha irracionalidad que caracterice a las jitanjáforas, para mí será el único modo de entender racionalmente lo que no entiendo o no sé abordar, resolver, solucionar o simplemente quitarme de la cabeza. Como por ejemplo ahora mismo, que para definir cómo me encuentro sólo puedo expresarlo a través de la palabra “amorexia” que no es otra cosa que lo que siento cuando el amor que recibo no es suficiente para alimentar mi alma. Estoy convencido de que en algún momento de su vida usted ha sentido algo parecido, ¿verdad? Pues ahora ya sabe definir ese sentimiento por su nombre. Añádale al palabro su propio apellido y obtendrá una emoción única, la suya.
estaba tratando de inventarme una palabra para definir este buena reflexión pero no me sale. Tendré que practicar más a menudo para coger el hábito. De cualquier forma, viejoven, gracias por tu tiempo y jitanjáforas.
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