EL MIEDO
A veces me pregunto lo que hubiera sido de mi vida si en lugar de decir “no” hubiera dicho “sí”. Este tipo de preguntas te las sueles hacer cuando tienes por delante un futuro que mira más hacia atrás de hacia adelante. Deben ser cosas de la edad supongo, porque cuando tenía veintitantos años, la mitad de edad que tengo ahora, no me hacía a este tipo de preguntas. Y hoy por hoy, con “cuarenta-y” pues me las empiezo a hacer, y cada día con más frecuencia, especialmente entre las 10 de la noche y las 2 de la madrugada, que es cuando me da por pensar en mí mismo y en mis circunstancias. Me pregunto, por ejemplo, qué hubiera sido de mi vida si le hubiera dicho “sí” a aquella mujer que se me declaró en Venecia en el viaje de paso del ecuador de la universidad entre copa y copa de Limoncello, y que ahora tiene un marido que no soy yo y dos hijos que no son míos sino del hombre que la dijo “sí” cuando ella supongo que le propuso “..y si…”.
Me pregunto también, dónde estaría trabajando en este momento si en lugar de haber escogido la carrera universitaria que me obligaron a estudiar mis padres, hubiera elegido la que en realidad quería estudiar. Otra cuestión que se repite es ésa en la que tuve la oportunidad de cambiar de ciudad y de país y no lo hice por miedo. Por aquel entonces no sabía lo que era el miedo, bueno sí que lo sabía, pero tenía aún más miedo a reconocerlo y enfrentarme a él, que es único modo de superar los miedos. Si todo lo que en su momento no hice, tuviera la oportunidad de hacerlo actualmente, no te digo yo que no volvería a hacer lo mismo, pero al menos, me lo pensaría, cosa que en su momento no hice. Cosas de la juventud, vuelvo a suponer. Cuando tu edad es corta y tu futuro infinito, crees que todo volverá, pero el tiempo es como el taxímetro, sigue corriendo aunque el coche esté detenido, porque el motor sigue en marcha, aunque sea un coche eléctrico cuyo motor no suena del modo en el que lo hacen los motores de gasolina. Dicen que nos arrepentimos más de lo que no hacemos que de lo que hacemos. Y ahora, cuando tengo más pasado que futuro, es cuando me doy cuenta de que lo único que me queda es arrepentirme de todo lo que no hice. Cosas de la madurez, vuelvo a suponer de nuevo.
Voy a buscar en mi agenda de 1993 por si encontrara el teléfono de aquella mujer que se me declaró en Venecia. Puede que su marido con el paso del tiempo le esté diciendo que “no” a todo y ella esté deseando encontrar a alguien que diga “sí” a cualquier cosa, empezando por amarla como cuando lo hice hace 20 años y salí huyendo de entre sus brazos para caer en los brazos del miedo. Qué vida ésta.