LA INUTILIDAD DEL PESIMISTA
Siempre me he tenido por un optimista. Y no sólo yo, sino también aquellos que me rodean que ven una virtud en mi comportamiento ante la vida. Más que virtud es actitud, les digo yo cada vez que me dicen eso de: “…si es que eres tan optimista…así cualquiera…” empleando un tono entre desdeñoso y sañudo. ¿Así cualquiera, qué?, me pregunto yo. Como si ser optimista fuera un antídoto contra todos los males y desgracias que ocurren a diario en nuestro entorno más cercano y también en el lejano y que no por estar lejos nos afectan menos de que lo nos afecta lo que sucede cerca. A todos aquellos amargados (y aquellas, que también amargadas hay muchas) les voy a contar mi secreto (lo que hay que hacer para ser optimista ante la vida, quiero decir, el otro secreto lo contaré otro día, y por privado, como suele decirse ahora en las redes sociales). Pues el secreto para ser el optimista perfecto está en espantar a los pesimistas perfectos. Y cómo se les reconoce, se estarán preguntando ustedes en este preciso instante. Pues muy fácil, son aquellos (y aquellas, insisto) que ven lo poco negativo que pueda haber en todo lo positivo que sucede. Cuando sales acompañado del cine rebosante de felicidad por la obra maestra del séptimo arte que acaban de ver tus ojos y tu pareja te suelta eso de: “Pues el guión un poco flojo, ¿no?”. O cuando estás disfrutando de una deliciosa cena en un restaurante tres estrellas Michelín viendo las estrellas del firmamento y dando bendiciones por los alimentos que acabas de tomar y tu acompañante te añusga la digestión diciendo: “Pues el segundo plato estaba corto de sal y al postre le sobraba azúcar y al café le faltaba cafeína”. Por no mencionar esas ocasiones (o mejor dicho, esa única ocasión) en la que te toca la lotería y lo primero que te suelta tu cuñado es: “Pues ya verás el palo que te va a dar Hacienda”. En fin, que los que somos optimistas estamos más rodeados de pesimistas que Aragorn de orcos en El señor de los anillos. Si usted se ha reconocido en alguna de estas situaciones (y no como pareja, acompañante o cuñado, quiero decir), que sepa que es un optimista mal acompañado. Por suerte, no hay mal que cien años dure y tarde o temprano su acólito satélite decidirá abandonarle argumentando que no soporta tanta felicidad por su parte. Será entonces cuando usted vea el cielo abierto y como optimista pensará que hasta quien es inútil nunca es un completo inútil ya que al menos, sirve de mal ejemplo.