MALDITO PARNÉ

En la madrugada del sábado al domingo (concretamente hoy, para los fieles lectores y lectoras que estén en este momento leyendo este artículo) habrá obligación explícita de modificar la hora de nuestros relojes (incluyendo aquellos que van a cuerda, o sea, los auténticamente digitales ya que debes usar los dígitos de la mano para hacerles funcionar). La modificación del horario es resultado de obedecer una directiva europea establecida desde 2001 (aunque se viene realizando desde muchos años antes), por la que los países de la UE retrasan o adelantan una hora los relojes con la llegada o despedida del solsticio estival. En el caso de hoy sábado, será adelantar. Y cuando sean las 2 de la madrugada, serán las 3. Según nos dicen desde Europa (no sé quién) a cambio de perder una hora de nuestras vidas, ahorraremos millones y millones de euros, que curiosamente no servirán para mejorar nuestra vida, por lo que el cambio, personalmente pienso, no sé si merece la pena.

Parece ser que la idea la tuvo Benjamin Franklin quien, con el tiempo que le sobraba de inventar pararrayos y ser uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, hizo cuentas de la cantidad de aceite de lámpara que se podría ahorrar si todo el personal se levantara antes de la cama para hacer sus tareas. Según dijo, eran litros y litros. En su momento, nadie le hizo caso, salvo los alemanes (cómo no) que en su empecinamiento por ser más alemanes que nadie llevaron a cabo la idea de Benjamin y consiguieron ahorrar toneladas de carbón que en lugar de emplear para calentar dormitorios donde hacer el amor, lo empleaban en hacer la guerra, la primera guerra mundial, concretamente. Aunque al igual que les pasó después con la segunda, tampoco les sirvió de mucho. Si hubiesen puesto más energía en los dormitorios que en el campo de batalla, ni Hitler hubiera sido Hitler ni Winston Churchill primer ministro.

El caso es que en la madrugada del próximo sábado al domingo (o sea, hoy, insisto) a las 2 serán las 3, y todo lo que ocurra entre las 2 y las 3 de la madrugada no habrá existido, ni se habrá producido, ni siquiera habrá constancia de que haya ocurrido. Me pregunto dónde irán a parar los pensamientos, emociones, sentimientos y demás sensaciones que tengamos entre las 2 y las 3 de la madrugada. ¿Dónde acabarán los besos que demos en los 60 minutos que se habrán volatilizado de nuestro horario vital? Y siendo sábado como es (momento elegido por miles y miles de parejas para hacer el amor), ¿qué ocurrirá con los cientos de orgasmos generados entre sábanas o donde tengan a bien generarse los orgasmos por parte de las personas implicadas en alcanzarlos?

Sólo espero que a mi novia no le dé por pedirme matrimonio entre las 2 y las 3 de la mañana de hoy sábado. ¿Te imaginas la cara que pondría si le digo que sí? Aunque eso nunca llegaré a saberlo porque todo lo que pase de 2 a 3 de la madrugada, no habrá existido, ni se habrá producido, ni siquiera habrá constancia de que haya ocurrido. De lo único que seremos conscientes será de que nos quedará una hora menos de vida. Y todo por culpa de la obsesión ahorrativa del señor Benjamin Franklin. Maldito parné.

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