EL FIN DE TODO

Voy en tu busca. Estas son las últimas cuatro palabras que escribió en el WhatsApp. Después de venir en mi busca, me encontró, cumpliendo lo prometido. Y cuando lo hizo, mientras guardaba el móvil en el bolso, me dijo tres palabras, en esta ocasión a la cara: Tenemos que hablar. Yo a cambio le respondí sólo dos: De qué. Y ella, presumiendo de mujer ecuánime, me respondió con el mismo número de palabras que yo le había obsequiado: Te dejo. Para tratar de alargar al máximo la agonía de nuestra relación y lograr el recuerdo dulce como la miel de una despedida entre sábanas, traté de mantener el mismo número de palabras con la clara intención de que ella no se sintiera inferior ni superior a mí (en número de palabras, quiero decir). Por eso, volví a responder con solamente dos palabras: ¿Por qué? Ella, que siempre ha sido muy suya para sus cosas y también muy suya para las mías, no quiso darse por vencida y continuó manteniendo la cifra estipulada esgrimiendo un argumento sin posible opción a réplica: Soy yo. Para dejar claro que su argumento no lograba ni un atisbo de mi convencimiento, preferí contrarrestarlo con sus mismas palabras, pero enmarcándolas entre dos interrogaciones y elevando levemente el tono de voz, a modo de exigir incrementar el razonamiento: ¿Soy yo?. Ella, por su parte, se limitó a continuar firme en su postura sin aumentar ni disminuir el número de palabras: Sí, yo, me dijo. Tú, ¿qué?, pregunté yo queriendo saberlo todo. Nada, respondió. El contenido de la palabra “nada” sumado a la forma en que lo dijo, fue suficiente para entender que lo nuestro había llegado a su fin. La magia del amor se había evaporado llevándose consigo los meses más felices de mis últimos nueve meses de vida (y de la suya también, o eso creía). El amor mutuo, sincero, incondicional, apasionado, brutal, cariñoso, encendido, impulsivo, meloso, entusiasta y ardiente que sentíamos ambos se redujo a la mínima expresión y terminó condensado en una única palabra de cuatro letras: nada (dos consonantes y dos vocales, para mantener la paridad, supongo. Aunque como la vocal se repite, la paridad se rompe, también supongo).

Total, que después de mirarme unos segundos con los ojos ennublecidos por un mar de lágrimas, ella se fue por donde había venido yéndose en busca de sí misma Dios sabe dónde. De repente fui consciente de que nuestro amor se había quedado sin palabras y que nosotros nos habíamos quedado el uno sin el otro. Fin de todo.

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