LOS DERECHOS ESTÁN TORCIDOS

La nieve cruje al ser pisada del mismo modo que la madera crepita al arder. Es la ley de la naturaleza que dirían algunos. Hasta ahora nadie ha sabido descifrar lo que dice la nieve cuando recibe un pisotón o la leña cuando se pone roja de vergüenza por exceso de temperatura. Debe ser porque no entendemos su lenguaje o porque sólo oímos lo que queremos oír. Pero estoy convencido de que ni a la nieve le hará gracia que la pisen, ni a la madera que la prendan fuego. Lo que sí se entiende, y muy bien, es el lenguaje que empleamos los humanos cuando pisan nuestros derechos o cuando reducen a cenizas las leyes que nos protegen. Desde que comenzó la crisis, allá por el año “ya ni me acuerdo”, muchos de los derechos fundamentales que por ley aparecen escritos en la Constitución Española de 1978 para amparar a la ciudadanía, han crujido y crepitado al mismo tiempo sin que los representantes elegidos por la soberanía popular (pero instalados en el poder por otra soberanía diferente) hayan hecho nada para evitarlo. La naturaleza de algunos, les lleva a afirmar que de la crisis “ya nadie se acuerda”, como si al mencionar la palabra “nadie” no se tuviera en cuenta que “nadie” son personas con nombres y apellidos, y por el simple hecho de tenerlos ya no son “nadie”, sino miembros de una sociedad que hace lo imposible para tratar de superar cada minuto del día la crisis de la que otros dicen “ya nadie habla”. Supongo que usted, al igual que yo, no se considera tonto del culo y sabe cuando le están tomando el pelo. Aunque a veces, para hacernos los importantes no miremos las monedas que nos entregan en la tienda y metemos directamente en el bolsillo aún a riesgo de que nos hayan devuelto de menos. Y también guardemos silencio aunque nos sirvan en el restaurante el plato que no pedimos, pero que por no montar el pollo, nos lo tragamos. Si pasamos por alto la tomadura de pelo en nuestra propia cara y casi a diario, ¿cómo no vamos a pasar por alto el timo al que hemos sido sometidos desde hace años?, pensarán quienes están comenzando a frotarse las manos y no precisamente por la llegada del invierno, sino por el advenimiento de unas elecciones generales. Lamentablemente, por mucho que se haya gritado y por mucha tinta que haya corrido desde aquel inicio de una crisis que “ya no recuerdo cuando empezó”, pero que me hace recordar a su madre cada vez que enciendo la tele o voy a la oficina de empleo, creo que poco cambiará, si es que cambia algo. Porque todo está congelado, desde los puestos de trabajo, hasta las mentes de quienes nos dirigen, la actitud de los votantes e incluso la Constitución que cada día está más pálida con el paso de los años (si es que hasta se le marcan las costuras y todo a la pobre).

Todo está más frío que la nieve, incluso yo. En eso me parezco a ella y también a la leña. En eso y en que a mí también me da por crujir cuando me pisan, y ardo en deseos de mandarlo todo a la mierda y salir a la calle a increpar a quien no hace nada para remediarlo. Lo malo es que ya nadie entiende mi lenguaje. Será porque somos de distinta naturaleza, que dirían algunos.

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