LA ACUPUNTURA
A mi hermana le ha dado por la acupuntura, esa forma de medicina alternativa de origen chino que muchos consideran arte y que consiste en hacer entrar agujitas de acero en la epidermis para hacer salir lo malo que hay en tu interior. Como buen hermano que soy, dejo que mi hermana me use como conejillo de indias. Me imagino que así me verá ella, como un conejo. Si para mi jefe soy un mono más de la oficina, para mi padre un ratón de biblioteca y para mi novia un tigre en la cama, pues para mi hermana soy un conejo. Para que luego digan que los seres humanos no somos animales.
Recuerdo que en la primera sesión de acupuntura a la que me vi obligado a asistir por afinidad consanguínea, fui saeteado por más de diez agujas en distintos puntos estratégicos de mi cuerpo. Puntos energéticos o no sé, se llaman. En cada punto, la “acupuntadora” de mi hermana escavó un agujero y a cada pinchazo una gota de agua salada brotó de mi lacrimal. Y eso fue sólo en la primera sesión. En la segunda, dobló el número de agujas y yo multipliqué por tres el número de lágrimas, pero aún así, ella insistía en incrementar mis puntos de energía taladrándome la piel a base de punzadas. Para la tercera sesión, que me toca esta misma tarde, voy a llamar a los de Unión Fenosa, no sea que de tanta energía que posea en mi interior llegue a convertirme en central hidroeléctrica y sea capaz de proveer de luz natural a medio Madrid y yo sin saberlo. Si así fuera, las agujas de acupuntura funcionarían como torres de alta tensión y las lágrimas que descienden mejilla abajo, sería el agua de uno de esos pantanos que inauguraba cada fin de semana el señorcito del bigote que vivió en El Pardo durante el siglo pasado.
No sé si mi hermana sacará algo en claro de sus pruebas conmigo, pero yo prácticamente estoy sacando un cuerpo con forma de colador que hace que la lluvia me cale hasta los huesos, literalmente digo. Si algo he de agradecer a la acupuntura y por consiguiente a la tozudez de mi hermana, es tener ahora los huesos más blancos que el nácar al ser lavados con el agua de lluvia que se cuela a través de los agujeros de sus punzadas. Aunque pensándolo bien, con toda la radiación que hay en el ambiente, puede que acaben por enfermar y el asunto derive en osteoporosis, lo que no me hace mucha gracia que digamos. Por eso voy a contactar con la Sociedad Protectora de Animales y les contaré con pelos y muchas señales la tortura a la que estoy siendo sometido. Puede que se lo tomen en serio y consideren encarcelar a mi hermana por maltratar al animal conejo de Indias de su hermano, o sea, a mí. Si me hacen caso, perdería una hermana para siempre, pero al menos viviría para contarlo, y no como los miles de conejos que cada día son sacrificados en laboratorios para que personas como usted y como yo podamos vivir más, que no quiere decir necesariamente vivir mejor. Así que por si acaso, cuídense por encima de todo, y manténgase alejados de los objetos punzantes, especialmente de las agujas.