VIVAN LAS METÁFORAS
Qué mala racha llevo. Desde hace un par de meses que no me aguanto ni yo. No sé qué me pasa, pero todo lo que me pasa me irrita, me altera los nervios, me hastía y me saca de mis casillas día sí y día también. Las horas transcurren en un sin vivir y desde que amanece sólo deseo que llegue la noche y desde que anochece rezó para que llegue la mañana ansiando que el sol inunde el día de luz y de alegría. Pero por más que rece y lo desee, sé que el día de mañana será igual de tedioso que hoy y que lo fue ayer. Juro por lo que se suele jurar que pongo todo mi empeño en modificar mi actitud ante la vida, pero no obtengo como recompensa ni una décima parte del esfuerzo empleado. Mi mejor amiga, (a decir verdad, la única que me queda ya que el resto de buenas amigas que pensé que tenía han emigrado de mi lado como las grullas con la bajada de las temperaturas), pues mi mejor única amiga me ha recomendado un libro de esos de autoyuda argumentando que nadie más que yo puedo hallar el camino hacia la luz. “Ni que yo fuera la Caroline de Poltergeist”, la he contestado gritándole por teléfono en un ataque repentino de ira de los míos. Hace semanas de aquello y no he vuelto a saber de ella. Aún así, he hecho caso a mi ahora exmejor única amiga y he comprado el libro que me recomendó para “caminar hacia la luz”. El título: “Lindas frases para levantar el ánimo de una mujer”. Nada más abrirlo por la primera página he recibido un bofetón de autoestima a mano abierta. La “linda” frase decía: “Dicen que hay que ver para creer, así que ponte delante del espejo y comienza a creer en ti”. ¡¿Pero de qué manicomio se ha escapado el autor de este “lindo” libro?!!! Viendo las canas que aparecen a diario en mi pelo, las cartucheras que tienen más pistolas que Clint Eastwood y las patas de gallo que si las cuento me sale un gallinero, resulta poco probable que crea en mí por mucho que trate de no ver lo que veo ante el espejo. Aunque lo que sí que creo cuando me miro es que cada vez me siento más vieja y con todas las cosas que suelen tener las viejas, es decir: mal pulso, mala circulación y mala hostia.
La página dos también obsequia al lector con otra “linda” frase que dice así: “Si algún día la tristeza te hace una invitación, dile que ya tienes un compromiso con la alegría y que le serás fiel toda la vida”. Después de reprimir dos arcadas no he podido evitarlo y he ido al baño a vomitar (aunque debería haber vomitado sobre el libro). ¿Qué clase de remilgado puede escribir esa cursilería-ridiculez-horterada? No soy psicóloga, pero resulta más que evidente que el autor del libro “Lindas frases para levantar el ánimo de una mujer” arrastra una frustración desde su infancia producto de un complejo oculto que deriva en ocultar a su vez infinitas carencias afectivas (por no decir la ausencia de sexo) desde Dios sabe cuándo.
Al final, he tirado el libro a un papelera camino de un bar de copas donde he oído que suelen juntarse los chicos con las chicas para hacer las cosas que suelen hacer los chicos con las chicas y las chicas con los chicos. A ver si con tres gintonics y un poco de suerte me ligo a un buen maromo que me empotre esta noche sobre la encimera de la cocina y al menos reciba una alegría p´al cuerpo. Así de paso me quito las telarañas que me han salido allí abajo, que ya no recuerdo ni cuándo fue la última vez que vi la luz. Ahora que lo pienso, a lo mejor a “esa luz” es a lo que se refería mi única exmejor amiga cuando decía que “sólo yo puedo hallar el camino hacia la luz”. Vivan las metáforas.