BRINDEMOS POR LA SANIDAD UNIVERSAL, ¡SALUD!

El derecho a la salud es inherente a cualquier ser humano, independientemente de su condición administrativa. Para tratar de entender la relación existente entre el dolor que me oprime el pecho desde hace días y los documentos que porto en la cartera, he mirado entre mis papeles cuál es mi condición administrativa y no he visto causa probable que haga sospechar que mi dolor haya sido provocado por el carnet de conducir, por el abono-transporte, por la tarjeta descuento de El Corte Inglés o por todos a la vez y ninguno en particular. Así se lo he expresado a mi médico de cabecera que antes de preguntarme los síntomas ha procedido a solicitar mi documento nacional de identidad como si mi nacionalidad, procedencia, origen u otro dato que aparece en el pedazo de plástico de 8,5 centímetros de largo por 5,5 de ancho justificara el tratamiento adecuado. «Es lo que ordena el Ministerio», me ha dicho sin tener la valentía de levantar la vista del cacho de plástico. Parece ser que los políticos de turno sí que ven relación entre la condición administrativa y la condición achacosa para permitir atención médica. Si la condición administrativa es saludable, te saludan al entrar en un hospital, y si no lo es, te despiden con un “vuelva usted mañana”. Por eso, miles y miles de enfermos necesitados de medicación y tratamiento sufren en silencio hasta el siguiente amanecer como si su dolencia estuviera provocada por la carencia de un pedazo de plástico de 8,5 centímetros de largo por 5,5 de ancho o por la carencia de todo, incluida la dignidad machacada. Me pregunto cuál será el principio activo de las medicinas que toman los políticos enfermos para que su efecto sea tan contraproducente para la salud del resto de las personas. Sus mentes estrechas generan decisiones estrechas de mente que hacen estrechar aún más las habitaciones y quirófanos de clínicas y hospitales. El término sanidad y el concepto universal son indisolubles como lo son la miel y su dulzor o la mierda y su fétido olor, aunque lo primero atraiga al oso y lo segundo a las moscas. «Y todo esto me provoca un dolor en el pecho que me oprime y no me deja respirar», le he confesado al médico de cabecera. «Eso va a ser el virus de la tristeza en el alma, que como estás bajo de defensas te ataca, o sea, que vete preparando», me ha dicho él al tiempo que me recetaba un ansiolítico. He salido de la consulta con la receta bajo el brazo y se la he entregado a un inmigrante sin papeles que por los lagrimones que le caían rostro abajo parecía necesitarla más que yo.

No sé mucho de medicina, pero para ciertas patologías, la prevención y el diagnóstico temprano son más eficientes e implican menor coste que los tratamientos posteriores. Por eso cuando haya que introducir próximamente una papeleta en una urna con el nombre de algún animal que vaya a acompañarnos durante los próximos cuatro años, piensen bien si prefieren a un oso o a una mosca. En función del resultado disfrutaremos de una sanidad universal dulce como la miel o de una sanidad de mierda.

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