OPINODIO
Respeto profundamente todas y cada una de las opiniones vertidas en todos y cada uno de los foros digitales existentes, columnas de periódicos habidos y por haber, editoriales de prensa de cada una de las cabeceras que aún sobreviven a la debacle periodística que nos acosa permanentemente, e incluso respeto las misivas epistolares vertidas desde los púlpitos de parroquias, iglesias, catedrales, mezquitas y sinagogas que salpican el territorio municipal, autonómico y estatal. También los bandos municipales (cada vez menos frecuentes, por cierto) y las notas de prensa enviadas a los medios masivos de comunicación de masas y que éstos no se molestan en valorar ni contrastar y vomitan a la ciudadanía empleando el comando C seguido de comando V de su teclado de ordenador MacBook Pro con pantalla de 16 pulgadas. Vivimos en un país libre (o eso quiero y deseo creer) en el que cada uno de sus ciudadanos, ya ejerza de periodista, director de periódico, sacerdote, imán (el imán que dirige la oración colectiva en el islam, no el imán de las ferreterías), responsable de comunicación de una formación política, albañil, taxista o desempleado sin oportunidad de empleo a la vista, pueda expresarse libremente tanto en una tribuna como desde la cima de un taburete de una taberna (en la cima de su nivel de intoxicación etílica, para ser redundante). Lo que me resulta difícil de tragar y aún más de digerir es que se usen todos esos lugares desde donde se ejecuta la libertad para ejecutar el odio disfrazado de opinión. No voy a ponerles a ustedes aquí y ahora ningún ejemplo, ya que este blog es únicamente otro lugar para expresar la opinión (concretamente la mía) y no para reflejar el odio, aunque sea el de otros. Lo que no consiento ni como persona (humana que diría el otro), ni como ciudadano nacido en dictadura (nací en el año 1970), pero criado y educado en democracia, es que el odio disfrazado de opinión comulgue (lo de comulgue también lo digo con segundas) con plataformas creadas por y gracias a la libertad de expresión y que, gracias a la propia libertad de expresión, son manipuladas para ejercer el odio sobre cualquier colectivo, sea cual sea su origen, procedencia, inclinación sexual, color de piel, formación, educación, situación económica o si compra en el Mercadona en lugar de hacerlo en el Club Gourmet del Corte Inglés de Castellana. Con todo lo que estoy diciendo, lo que realmente quiero decir es que basta ya de dar cancha a este tipo de opiniones que no son más que expresiones de odio que habría que erradicar desde su origen. Todos, tanto usted como yo sabemos quiénes son y donde están. Basta con no escucharles para hacerles entender que su odio no tiene cabida entre nosotros. De lo contrario, daría la impresión de que sí. Y como dice el refranero español que para esto es más sabio que muchos de los que afirman serlo: “no hay mayor desprecio que el no aprecio”. Y yo, a todos estos que tienen en el odio su modo de vida, no les odio. Simplemente, no les aprecio, que es peor (aunque ellos no lo sepan). Benditos ignorantes.