MIS TETAS

Tengo una amiga que tiene un perro de raza, concretamente de raza pastor alemán y al que llama: Mistetas. No, no es un chiste. Tampoco sé realmente por qué razón le puso al animal el nombre de Mistetas. Supongo que será porque, como buen pastor alemán que es, al perro da mucho gusto acariciarle (como supongo que también dará gusto acariciar las tetas de su dueña, que está de muy buen ver, por cierto). Y por suponer aún más, supongo que el razonamiento tendrá una base biológica, ya que el carácter del pedigrí determina muchos aspectos innatos (me estoy refiriendo a la suavidad del pelaje del perro, no me sean ustedes retorcidos.) Por otro lado, la chica es un pibonazo y a falta de permiso por su parte para acariciarle los pechos, me conformo con el acto de acariciar a su perro cuando nos cruzamos los tres por la calle. Cuando lo hago ante los ojos de su dueña, le digo al perro lo que en realidad me gustaría decirle a ella a la cara al tiempo que imagino lo que sentiría en las palmas de mis manos si en lugar de acariciar al perro, acariciara sus pechos: «Qué piel más suave», «qué alegría para la vista», «qué gusto da tocar», afirmo en voz alta sin que ella sospeche que mis halagos van dirigidos directamente a la hermosura de sus pechos y no realmente a su perro Mistetas, que es hermoso, pero únicamente desde la perspectiva canina (y por favor, no sigan pensando ustedes lo que no es).

El acto de acariciamiento se ha convertido en un hábito, por no decir en una costumbre, casi diaria. (No busquen la palabra “acariciamiento” que no existe, pero debería existir ya que explica con matices lujuriosos la relación que mantengo con Mistetas y con sus tetas). Dos veces al día, a primera hora de la mañana y al final de la tarde, coincido con mi vecina y su perro en el parque. Ella saca a pasear a Mistetas y yo saco a relucir mi fogosidad verbal masculina cuando nos encontramos de frente. Después de darle un magreo al perro, que ella interpreta como saludo (pero que a mí me genera una erección del quince pensando que estoy magreando sus pechos), cada uno se vuelve por donde ha venido. Yo con la sensación de que cada día tengo más próxima la oportunidad de acariciarle realmente las tetas y ella pensando lo amable y simpático que soy como vecino además de buen amante de los animales (o eso quiero creer que piensa de mí).

Estoy meditando seriamente rescatar a una perrita dálmata de una protectora de animales abandonados que hay a las afueras de mi ciudad. Si finalmente me decido a adoptarla, le voy a poner de nombre Mipene a ver si a mi amiga dueña del perro Mistetas le da un día por acariciarla y decir por su boca las mismas cosas que digo yo a su perro, pero al revés: “Qué grande se te ha puesto desde la ultima vez que nos vimos”, “está rebosante de salud”, “se nota que tiene un dueño que la da muchos mimos”. No saben la ilusión que me haría escucharla decir todo eso de mi pene (perdón, de mi perra Mipene). Aunque por ahora, es sólo eso, una ilusión. Y de ilusión, también se vive.

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