MI OBSESIÓN Y YO
Estuve viviendo ocho años con una obsesión. Me acostaba con ella cada noche y al levantarme, preparaba el desayuno y se lo llevaba a la cama. A su regreso de la oficina, solía masajearle los pies mientras, tumbada en el sofá, veía su serie de televisión favorita. Mi obsesión me acompañaba al cine, al teatro, al trabajo y hasta venía conmigo cuando había que hacer eso que sólo puedes hacer por ti mismo, o sea, pensar. Así fue durante los 2.920 días con sus 2.920 noches que son los que tienen ocho años de convivencia.
Cuando pasas tantísimo tiempo con tu obsesión, ésta termina por instalarse en tu vida de tal modo que a veces no sabes si quien dirige tu vida es ella o eres tú. Todo tu entorno se da cuenta de que es así, menos tú mismo. Familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo se comportan contigo según te comportas tú con tu obsesión. O sea, que al final es tu obsesión la que consigue tener más relaciones sociales que tú. El nivel de mimetismo llega a tal extremo, que tu mejor amigo no te llama por tu nombre sino por el de tu obsesión, ya que es con ella con quien termina por tener más amistad que contigo. Tus hermanos no te invitan a sus cumpleaños a ti, sino a tu obsesión y es ella la que a su vez sabe acertar con el regalo perfecto para cada uno de ellos, lo que afianza aún más la relación familiar.
La semana pasada mi obsesión decidió abandonarme argumentando que ya no le era útil. Que todo lo que yo creía que nos unía de modo obsesivo había desaparecido hace meses y que antes que continuar siendo mi obsesión prefería ser la de otra persona con la que estar en mayor sintonía. Desde entonces, voy por la vida sin obsesionarme por nada ni por nadie, y la verdad es que me encuentro mucho mejor. Ni el pago mensual de la hipoteca, ni los números rojos de mi cuenta corriente, ni tan siquiera el deseo de volver a enamorarme consiguen obsesionarme lo más mínimo.
Cuando miro nuestro álbum de fotos que fuimos elaborando a base de instantáneas obsesivas, a veces me asalta un sentimiento de nostalgia, pero se me pasa rápidamente en cuanto pienso en la cantidad de obsesiones que existen repartidas en el mundo a la espera de ser bien recibidas por nuevos inquilinos (entre los que me incluyo). Ahora sólo falta que me decida por una de ellas. Aunque conociéndome como me conozco, seguro que será ella la que termine por elegirme mí. Veremos después lo que me dura el asunto. El amor es así, una obsesión que viene y va.