¿POR QUÉ NO?
Aún recuerdo la primera vez que me alargaron un porro de marihuana y al tomarlo entre los dedos índice y pulgar dije: “¿Por qué no?”. Cuando me matriculé de italiano en la Escuela Oficial de Idiomas sin saber si Roma era la capital de Italia o el nombre de una sauna gay, dije: “¿Por qué no?”. Cuando el que fuera mi mejor amigo del colegio y que también lo fue de instituto y después durante la facultad, me ofreció una oportunidad de inversión financiera imposible de rechazar sin saber de qué coño iba el asunto ni querer saberlo, respondí: “¿Por qué no?”. Aquella vez que mi mejor amigo del colegio (el mismo de antes) me consultó qué pensaba (yo) si declaraba (él) su amor a la chica más guapa de la clase aún sabiendo que yo llevaba seis meses detrás de ella, contesté: “¿Por qué no?”. En el momento en el que el sargento primero de la tercera compañía del ejercito de tierra me ordenó nada más llegar al cuartel que estaría lo que me quedaba de mili de ayudante de cocina pelando patata tras patata, le dije: “¿Por qué no?”. En el equipo de fútbol del barrio, siempre jugaba los partidos bajo los palos porque en un momento dado un vecino me preguntó si me parecía bien jugar de portero y dije: “¿Por qué no?”. Mi novia de adolescencia que también fue la misma que de juventud y la misma que de madurez, es actualmente mi esposa, porque cuando se quedó embaraza sin saber a ciencia cierta que el hijo era mío, dije: “¿Por qué no?”. El día en el que mi supervisor afirmó ante la plantilla al completo reunida para la ocasión que nadie mejor que yo encarnaba el espíritu de la empresa y que muy a su pesar se veía obligado a ponerme de patitas en la calle para evitar el cierre definitivo de la empresa y para agradecerme los esfuerzos realizados durante años me obsequiaba con una indemnización indecente que sólo alcanzaba el 35% de la jubilación y un reloj Swatch de hace tres temporadas, dije: “¿Por qué no?”.
Cuando todo significa nada, y nada te parece suficiente para levantar la amargura que te invade, lo mejor es dejarse llevar por la ignorancia de quien piensa que por decidir en tu nombre se cree mejor persona. Casi siempre, preguntarse a uno mismo “¿por qué no?” es una declaración de guerra a la vida y a todo lo que nos obsequia cuando llegamos a este mundo. Una postura vital tan indecente como afirmar: porque sí.