APRENDER A APREHENDER

Desde que se conocieron, ella le enseñó sin darse cuenta de que él aprendía. Y él aprendía sabiendo que ella jamás se daría cuenta de todo lo que le enseñaba. De ella aprendió conceptos inexistentes para él hasta el día en el que sus vidas se encontraron (o mejor dicho, la vida hizo que se encontraran el uno al otro). De alguna manera, habían confluido en un punto donde tanto él como ella, estaban predispuestos a saberse mutuamente. Podría decirse que eran vírgenes y ávidos de conocimiento recíproco. Las abstracciones que jamás hubiera podido descifrar él, se tornaban en inteligibles cuando ella se las mostraba a la luz. La complejidad del comportamiento humano y las reacciones insospechadas, imprevistas, imprevisibles e inexplicables se transformaban en clarividencia ante sus ojos cuando ella corría el velo que las cubría ante los ojos de él. Gracias a ella, él descubrió sentimientos que no sabía que existieran por no haberlos experimentado nunca, y se sintió cual conquistador cuando arriba por primera vez a tierra inexplorada. En ocasiones, él la instruía en la descodificación de significados ocultos en frases lanzadas al viento. Otras veces, era ella quien le enseñaba tímidamente su escote sabiendo el efecto que produciría en el estado anímico, que por su parte, él manifestaba visiblemente a través de la pernera del pantalón (y eso a ella le excitaba sobremanera). Él aprendía a conocerse a sí mismo a través de conocerla a ella. Y ella comprendía quien era realmente estando a su lado, regresando al olvido de sí misma cuando se alejaban o despedían hasta reencontrarse de nuevo al día siguiente. Ambos repicaban sus expresiones verbales, sus expresiones faciales, sus expresiones corporales. En más de una ocasión, él se sorprendió a sí mismo hablando en soledad, tal y como había sorprendido a ella previamente en la intimidad de su habitación. Ella, supo apropiarse de los gestos de él cuando mostraba perplejidad, admiración e incluso turbación, y al exhibirlos en público era como si por un breve instante, fuera él aunque siguiera siendo ella misma. Se amaban, sí. Y mucho. Como nunca se vio antes hacer a nadie. Lo hicieron sin medida, sin miedo y sin ninguno de los dos por el encima del otro. Ella jamás reconoció ante nadie todo lo que llegó a aprender de él. Ni tan siquiera cuando huyó del amor que sentía argumentando la necesidad opaca de encontrarse a sí misma. Él, en cambio, supo lo que significaba amar al amor en el sentido físico y emocional, pero no fue consciente de todo lo aprendido de ella hasta que la perdió para siempre.

Lo único que les consoló a ambos fue la vaga esperanza de hallar a alguien en algún momento del resto de sus días a quien transmitir toda la sabiduría que ahora almacenaban sus corazones.

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