VIVIMOS RODEADOS DE GILIPOLLAS
En cierta ocasión, una médium me dijo que en mi otra vida comandé tropas hacia la victoria en la guerra de la Independencia Española. No reveló el bando, aunque intuyo que no fue al lado de Napoleón. En otra ocasión, un numerólogo afirmó, tras realizar una serie de sumas, restas y divisiones con mi fecha de nacimiento, que en una de mis vidas anteriores, fui emperador romano. No supo concretar siglo, ni tampoco si se trataba de Teodosio, Julio César o Nerón Druso. Pero él veía sobre mi cabeza en todo momento la corona de laurel y con las hojas aún más verdes y hermosas cuando le alargué tres billetes de 50 euros al final de la sesión. Hace unos meses, una echadora de cartas del tarot leyó mi futuro basándose en mi pasado, y tras poner boca arriba catorce cartas de la baraja, descartar otras ocho por no estar en consonancia con los astros y soplarme 75 euros por la patilla, me soltó que todo lo que me pasa ahora es resultado de lo que hice ayer, y que mañana Dios dirá. El año pasado, durante una sesión regresiva, juré en arameo, maldije en griego micénico y despotriqué en antiguo eslavo oriental. Y todo sin saber que estaba dormido. Al volver a mi ser, nadie de los presentes (incluyendo la que era mi novia de entonces y quien había concertado la sesión), pudo descifrar palabra alguna de lo que había dicho segundos antes recostado en el diván. Ni el responsable de la terapia, que sabía de lenguas muertas fue capaz de aportar algo de luz. Ni tampoco mi novia, de quien no supe nada después de la sesión. Supongo que ella sí que vio algo de luz, aunque más bien para apagar el interruptor que dejó nuestra relación a oscuras para siempre. Total, que salí de allí tan pálido como una pared encalada del pueblo de Bélmez y con un gran peso de culpabilidad sobre mi conciencia al que sumé el peso de 120 euros que solté por diez minutos de retroceso al siglo XII antes de Cristo que era cuando se hablaba el griego micénico.
Desde que tengo uso de razón, acudo a quien creo que puede ayudarme a encontrar la razón que perdí cuando se supone hay que empezar a usarla. A lo largo de todos estos últimos años, he pasado por manos de todo tipo de nigromantes, jorguines, aojadores y hechiceros y de ninguno he obtenido razón alguna que explique por qué estoy en este mundo en este momento y qué he venido a hacer aquí y ahora. Por más que han mirado las líneas en las palmas de mis manos, las figuras abstractas formadas por los posos del café en el fondo de la taza y los mensajes ocultos en los restos del té en el té de las cinco, nadie sabe decir nada coherente sobre qué cojones hago en este mundo. La verdad es que siempre me dio igual saber qué hago en la tierra, pero por avatares del destino siempre he atraído a un perfil determinado de compañía empeñada en que lo descubra durante el tiempo que permanezco a su lado. Son esas compañías las que me arrastran a buscar sentido a lo que ya tiene sentido para mí y que no es otra cosa que estar vivo. Simplemente estar vivo. Quizá sean ellas las que traten de buscar sentido a estar conmigo, que también puede ser.
Aunque estoy convencido que ese poder de atracción que tengo me pasa por gilipollas y por hacer caso a quien no debo. Lo de hacer caso no tiene remedio, pero a lo de ser gilipollas merecería la pena dedicarle un artículo. Cuando lo tenga redactado, lo comparto para que juzguen ustedes mismos sin necesidad de consultar a ningún adivino de pacotilla. Además, les habré ahorrado un montón de euros que tal y como está patio, mejor les vendrá emplear en otra cosa.