EL DEDO DE MORTON

De tanto ir cabizbajo por la vida me ha dado por fijarme en los pies de la gente. Lo hago con mayor interés que mirar directamente a la cara. Tras muchos pasos y algún que otro traspié, he llegado a la conclusión de que los pies dicen mucho más de sus dueños de lo que expresa su rostro. Con tanta hipocresía, vileza y falsedad demostrada por cada humano con el que se cruza uno cada día por la calle, nada mejor que mirar los pies a una persona para saber a ciencia cierta si lo que dice sale del corazón o, por el contrario, hay interés en sus palabras aunque no te llames Andrés.

Desde hace tiempo vengo observando que en los pies es donde está la base de la auténtica personalidad de una persona, valga la redundancia. Cuando digo base, lo digo en el amplio sentido de la palabra. Los pies soportan tanto el cuerpo humano como el conglomerado de emociones que aguanta cada uno de nosotros sobre sus espaldas, metafóricamente hablando, claro. Los pies son las extremidades que toman contacto directo con la Madre Tierra o lo que es lo mismo, con el suelo por donde se pisa. Y además, al tener dos extremidades sobre las que cargar la carga humana (valga nuevamente la redundancia), proporcionan el equilibro necesario para ir avanzando por la vida, aunque sea un pasito pa’lante y otro pasito pa’trás, como cantaba Ricky Martín allá por mediados de los años 90 del siglo pasado.

Según mis investigaciones, la mejor época del año para descubrir el auténtico carácter de cada humano es la época estival. Con la llegada del primer rayo de sol, no sólo nos desprendemos de los prejuicios habidos y por haber, también salimos a pecho descubierto (literalmente hablando) a invadir terrazas, jardines, parques, playas y piscinas luciendo nuestras carnes sin vergüenza ni pudor ante la visión pública. Es en ese momento cuando los pies quedan también al descubierto casi por completo, que es lo mismo que decir que nuestra personalidad queda a la vista de todos sin trampa ni cartón. Con el uso de sandalias o chanclas como calzado resulta fácil adivinar quién es de una determinada manera y quién no, quien dice Diego cuando dice digo y quien lo dice todo sin abrir la boca.

De los numerosos pies que he tenido el placer de analizar, hay una tipología que me fascina. Cuando adjetivo la pasión que siento por los pies usando el término “fascinación” no crean que mi parafilia está focalizada en las extremidades inferiores, faltaría más. Mi amor podófilo no va más allá del ámbito científico y del estudio humano. Una vez aclarado este punto a los lectores más suspicaces, confieso que “el dedo de Morton”, es el que me pone mazo. El conocido “dedo de Morton” o también llamado “pie griego” recibe esta última denominación porque estaba ligado a la realeza de los dioses y por esa razón aparece representado en  innumerables esculturas y otras expresiones artísticas similares que se conservan de la época helénica. El “dedo de Morton” es el dedo índice de cualquiera de los dos pies que por motivos ajenos a su voluntad sobresale por encima del resto. Debe su nombre al apellido del cirujano ortopédico que se fijó en él antes que nadie, concretamente en el año 1927. El cirujano Dudley Morton argumentaba hace casi 90 años que los dedos prensiles son más comunes de lo que parece ya que los poseen más de un tercio de la población mundial y es un claro ejemplo de los lazos que nos unen a nuestros antepasados tras millones y millones de años cuando aún teníamos más de animal que de humano y vivíamos en los árboles en lugar de irnos por las ramas. Puede que sea esa la razón visceral por la que siento personal atracción animal por la belleza de los pies con «dedos de Morton». Es ver un «dedo de Morton» al desnudo y me da por liberar la bestia sexual que llevo dentro.

Y que sepan ustedes que la Estatua de la Libertad luce un maravilloso «dedo de Morton». Y si es la escultura que ejemplifica la libertad en todo el mundo, por algo será.

  1. Marta

    Buenas tardes me encanta su Blog. Me gustaría preguntarle sutilmente si tiene Facebook para seguirlo pues personas así no se la enxuentra una todos los días.
    Saludos cordiales.
    Marta.

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