VIVA EL SENTIDO DEL HUMOR

Mi novia me recriminó recientemente haber perdido el sentido del humor. Dice que ya no se ríe conmigo como se reía antes, como cuando éramos más novios de lo que somos actualmente (si es que aún seguimos siendo novios, cosa que dudo). Para demostrarle que a estas alturas de relación aún conservo la impronta de mi humor que tanto la cautivó en los primeros meses de tortolitos, no paro de contarle chistes. Encadeno el chiste del perro “Mistetas” con la serie de chistes del francés, el alemán y el español que van en un avión. E incluso pasan las horas y yo sigo diciendo eso de: “se levanta el telón y aparece…” pero ella me reprocha que un chiste contado dos veces ya no hace gracia a nadie. Y menos si repites gesticulación y haces los mismos aspavientos que se hicieron la primera vez para captar de lleno la atención del oyente. También te beso y te hago el amor repetidamente y nunca pones objeciones, replico yo. Pero no es lo mismo, contesta ella. Y tampoco “eso” ya es lo mismo, ha añadido con una sonrisa equina de medio lado que ha acentuado al mencionar la palabra “eso”. Que no le gusten mis chistes no me afecta, pero que ya no encuentre interés en el interés que pongo yo en ella (especialmente bajo las sábanas y focalizando mi lengua entre sus labios), es algo que me preocupa y mucho.

La inquietud y el nerviosismo que padezco perennemente sumado a la inseguridad que siento en estos momentos, incrementada por una arritmia cardiaca sin motivo aparente, me ha conducido a solicitar un crédito privado bancario con el objetivo de financiar por contrato los servicios de un detective, también privado. La misión del profesional de la investigación es confirmar las sospechas (totalmente infundadas por mi parte) de la existencia de un amante que focalice mejor el uso de su lengua de lo que yo hago con la mía. Tras cuatro semanas y media de investigación, el informe del detective privado confirma la relación amorosa de mi novia con otra persona de índole pública que goza de gran prestigio artístico en el ámbito teatral de recitación (también pública) de monólogos en pequeñas salas de espectáculos del centro de la capital de España (según palabras textuales del informe). O sea, que mi novia se está cepillando a un monologista famoso y yo sin tener ni puta idea (según mis propias palabras). Conociéndola como creo que la conozco por el tiempo de noviazgo en el que hemos compartido mucho de muchas cosas, sé que no lo está haciendo por el atractivo físico, sino por los chistes nuevos que debe escuchar de labios del monologista, que como su propio nombre indica, sólo debe tener lengua para ella. Lamentablemente contra la erótica del poder de un monologista sobre el escenario no tengo nada que hacer, y por lo que veo gracias al informe detectivesco, tampoco puedo hacer nada contra el poder de un monologista bajo las sábanas.

El día en el que mi novia se entere de que en lugar de escribir artículos periodísticos realmente me dedico a escribir guiones para el Club de la Comedia será cuando regrese a mis brazos. Estoy seguro de ello porque la esperanza es lo último que se pierde, aunque si primero pierdes el sentido del humor, la esperanza también la perderás para siempre.

Por su propio bien, nunca pierdan el sentido del humor.

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