NO ERES YO, SOY TÚ
Supongamos que llegase el día en el que me dé cuenta de que no te merecía. Un día en el que seré consciente de que pude hacer más de lo que hice y ya no servirá de nada hacer algo. Supongamos que llegase el día en el que te olvide y tú no sabrás quien fui. Supongamos que el tiempo lo curase todo del mismo modo que hiciera sanar aquellas heridas que nos dejamos el uno al otro y de las que ya no queda ni rastro, ni siquiera una cicatriz superficial de las que hacen cosquillas cuando son acariciadas con la yema de los dedos. Supongamos que llegase un día en el que me veas por la calle y cruzases de acera sin saber que yo miré antes hacia otro lado, como jugando al despiste.
Será el tiempo el que nos diga si yo supe estar a tu altura y tú a la altura de las circunstancias. Será por eso que lo nuestro se hundió irremediablemente. Pusimos nuestro destino en manos del tiempo y permitimos que hiciera lo que le diera la gana. Y lo hizo, y así nos fue. Suponiendo que ese día llegase en algún momento, puede que ese día me dé cuenta de que no te merecía y será un día muy lejano, sin opción para comenzar de nuevo y reiniciar lo que pudo haber sido definitivo. Aunque cuando llegue ese día, ya no habrá tiempo físico para recuperar el tiempo perdido. A partir de esa realidad consciente para mí, será cuando tendré que amoldarme a una vida en la que tú no existes ni existirás jamás. Terminaré por acostumbrarme a la sensación de morder el pan sin tener dientes, la emoción insípida de no beber por no sentir sed, el sentimiento de no emocionarse porque no hay nada que emocione… El dejar transcurrir los minutos, las horas, los días y los meses. El estar por estar.
Regresar al punto de partida se hace del todo imposible. No seremos quien fuimos ni supongo que volveremos a serlo jamás. Todo tiene su tiempo y su momento. El momento pasó y el tiempo pasado hizo que nos olvidáramos del presente. Mutamos de consciencia y de ser. Modificamos nuestros hábitos, nuestras costumbres. Dejamos atrás quien fuimos y volvemos a resurgir dentro de nosotros a cada minuto. Usando el mismo cuerpo, pero sin nada en común con el anterior habitante que lo ocupó.
Suponiendo que volviéramos a nacer, en este preciso instante de nuestras vidas, seríamos dos desconocidos. Suponiendo que fuéramos desconocidos, podríamos conocernos de nuevo. Suponiendo que pudiéramos conocernos, podríamos descubrir que hay mucho en común que merece la pena compartir y disfrutar juntos. Suponiendo que somos diferentes, puede que nos enamoremos por primera vez.
Supongamos que te echo de menos.