EL GYM Y EL ÑAM

Hace unos cinco años aproximadamente tuve una cita con Lucía Echevarría. Sí, sí, la escritora valenciana cuya obra literaria ha sido traducida a veinte idiomas, ganadora del premio Nadal por la novela “Beatriz y los cuerpos celestes”, doctora honoris causa por la universidad escocesa de Aberdeen e igualmente conocida por su participación temporal como tertuliana en el programa Sálvame Deluxe de Telecinco por cuya colaboración semanal se endosaba 6.000 euros por la patilla.

Corría el mes de marzo del año 2011 y nos citamos a través del Facebook (la red social que sirve igualmente para vomitar exabruptos sobre el mundo del toreo, a un lado y otro de la barrera, como para tener citas con el sexo opuesto, como fue mi caso). Quedamos en una taberna del centro de la capital del España para tomar el aperitivo a la hora de comer y lo que surgiera después (un café y un licor, no me sean ustedes mal pensados). Tras el tiempo que da para un par de cañas y un par de tapas de aceitunas con patatas fritas donde nos pusimos al tanto de nuestras vidas, Lucía sacó a relucir su poético tema favorito tan recurrente en su prosa como en su teatro y que (también) guía su estilo de vida: el sexo y el amor.

Para ser nuestra primera (y única) cita, he de confesar que me sorprendió bastante la naturalidad con la que puso el asunto sobre la mesa y especialmente el modo en el que lo abordó. ¿Follas mucho?, me preguntó mientras introducía una patata frita en su boca. No sé, no normal, supongo, respondí con el hueso de una aceituna del aperitivo cruzado en el gaznate. Nunca se folla lo suficiente, arremetió ella al tiempo que alzaba la mano para hacerse ver ante el camarero y reclamar otra ronda de dobles de cerveza sin consultar antes si yo deseaba ingerir más alcohol. Los que no sois guapos, me dijo a bocajarro, podéis hacer dos cosas para ligar. ¿Cuáles?, inquirí mientras bebía de un trago la tercera cerveza más por apaciguar los calores que estaban empezando a incrementar mi temperatura corporal que por desatascar el hueso de aceituna que aún permanecía a la altura de la laringe. Hacer deporte y comer sano, respondió ella, esas dos cosas tenéis que hacer los que no sois guapos para ligar con las chicas, volvió a enfatizar.

Después de la tercera ronda de cervezas y decepcionado por no haber tenido en las dos horas de nuestro encuentro ningún minuto dedicado a charlar sobre literatura, sobre autores relevantes o sobre libros de referencia, me liberé de la presencia de Lucía Echevarría argumentando que había quedado para ir al cine. No recuerdo exactamente si ésa fue la excusa real o inventé otra relacionada con el malestar físico provocado por el hueso de aceituna que parecía haberse alojado definitivamente en la tráquea. Pagamos a pachas las consumiciones y me fui por donde había llegado, tal y como hizo ella, es decir, en dirección contraria el uno del otro.

Cinco años después de aquella cita, lo único que recuerdo de todo lo que hablamos fue aquella frase: “Los que no sois guapos, podéis hacer dos cosas para ligar: hacer deporte y comer sano.” Por esa razón llevo dos meses acudiendo al gimnasio del barrio. Cada vez que alzo una mancuerna me acuerdo de Lucía Echevarría y cada vez que como aceitunas con hueso, también. Debe ser por mantener el equilibro entre el “gym” y el “ñam”, no sé.

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