NADA PASA HASTA QUE PASA

Nunca pasa nada hasta que sucede algo. Del mismo modo que el sol no daña hasta que abrasa o la lluvia no moja hasta que cala, las palabras no duelen hasta que son dichas en el momento adecuado. “Estás despedido”. “Tenemos que hablar”. “Es maligno”. Son sólo algunas expresiones que duelen como si la hoja de un cuchillo rebanara el corazón en finas láminas de medio milímetro de espesor.

Nadie nos prepara para escuchar ninguna de estas expresiones, ni tampoco nos enseñan a reaccionar ante otras tantas que hemos escuchado, escuchamos y escucharemos el resto de nuestra vida. En casa, ni papá ni mamá nos enseñaron a contrarrestar el impacto sufrido por un fracaso afectivo. En el colegio no dan clases para evitar los daños colaterales de la decepción producida por un desamor o una amistad fallida, ni en la universidad hay asignatura para aprender a superar noticias médicas imposibles de asimilar aunque pasen mil años. Quienes deseen evitar el sufrimiento que provocan las palabras de otros, sólo tienen que dejar de tener relaciones con los demás. Nada de amigos, nada de familiares, nada de vecinos, nada de conocidos, nada de novias, nada de pareja y nada de nada. La salud estriba en no poseer absolutamente nada, ni siquiera a uno mismo. Es como aquel chiste del enfermo que acude a ver al médico con una dolencia desconocida y los análisis concluyen que sólo le restan 3 meses de vida. El enfermo angustiado está dispuesto a hacer lo que haga falta para sobrevivir, y el médico le dice que deje de fumar, que deje de beber, que deje los porros y que deje de hacer el amor. Nada de eso garantizará su supervivencia, pero los 3 meses que le quedan se le van a hacer muy largos, concluye el sádico doctor.

Bromas aparte, los estudiosos de la psicología humana demonizan la hiperactividad como algo perjudicial para la salud humana, especialmente si la padecen los padres de un niño hiperactivo, que por línea general, no sabe qué significa la hiperactividad del mismo modo que un cocodrilo no sabe que es un cocodrilo o una cebra que es una cebra. Pero el cocodrilo sabe que una cebra es una presa y una cebra sabe que un cocodrilo es un depredador. Los niños hiperactivos hacen que las cosas sucedan y cuando algo sucede, pasa lo que pasa. Pero ahí están los padres, para decirle al hijo que se esté quieto, el médico para decir lo que padecemos y la pareja para decir “tenemos que hablar”.

Del mismo modo que nadie está preparado para escuchar frases que rebanan el corazón, parece que algunos se consideran a sí mismos perfectamente cualificados para decirlas a quien menos necesita oírlas de sus labios. Cuánta maldad hay en el mundo.

 

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