CÓMO SER UNA BESTIA EN LA CAMA
El ser humano es un animal. Considerando el punto de vista biológico, lo único que nos separa de los antropoides es el número de cromosomas (escribo antropoides con “n”, aunque también hay personas que parecen descender de los atropoides).
Las personas tenemos 23 pares de cromosomas frente a nuestros antepasados los primates que poseen 24. Con los monos y simios también tenemos nuestras diferencias, anatómicamente hablando, como caminar en posición erguida o el tamaño del cerebro (aunque vuelvo a insistir, hay personas con el cerebro del tamaño de un chimpancé, otras que se arrastran por el suelo para alcanzar sus ambiciones e incluso las que se van por las ramas como los babuinos).
La desemejanza más notable entre el ser humano y el resto de seres no humanos radica en el comportamiento. Por ejemplo, nosotros poseemos la capacidad de comunicar a través de símbolos frente a los signos naturales que usan el resto de seres vivos para hacerse entender. La escritura de este artículo es un claro ejemplo del uso de símbolos (las letras) que me hace humano a mí (por escribir) y también a usted (por leer).
A pesar de que las pruebas existentes no aporten mucha luz al respecto, el ser humano puede ver la realidad del mundo y la suya propia, frente a los demás animales que únicamente captan el mundo que les rodea y los estímulos a los que responden.
Otro elemento de absoluta relevancia que posee el ser humano y del que pocas veces hace uso de él es la libertad. El hombre (y la mujer) son conocedores de su existencia, de su situación, sus pretensiones, del alcance de su poder y sus limitaciones físicas e intelectuales. Los animales del planeta tierra, viven sin ser conscientes de su libertad, aunque la ejercen de modo innato y siempre más sabiamente que la mayoría de seres humanos.
La imaginación, el ensimismamiento, el libre albedrío, el razonamiento o la inconclusión son otros aspectos diferenciales que marcan distancias entre quien es humano y quien no lo es. No entraré a detallar ninguno de estos aspectos ya que por tener más imaginación se es más humano, ni por razonar menos disminuye la humanidad de cada persona. Tampoco se es menos ser humano por no ejercer la capacidad imaginativa, ni por estar ensimismado todo el día se convierte uno en el ser más capacitado del planeta tierra. En estos casos particulares, es el libre albedrío el que permite a cada cual decidir hacia donde desea dirigir sus pasos como ser humano, si a la espiritualidad más elevada o a la estupidez más infinita.
Aunque de todos los aspectos que nos separan del resto de los animales con quienes compartimos oxígeno, agua, luz, vegetación y universo hay uno en concreto que me cautiva sobremanera: la agelastia. Aunque la agelastia es un término que no aparece en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, etimológicamente proviene del griego “αγηλατος” (agelatos) que quiere decir triste y del latín “agelastus” que quiere decir el que nunca se ríe. Todos hemos visto reír a las hienas (aunque en realidad sea su ladrido), a los delfines (aunque en realidad sea la forma de su boca), a la mona Chita (aunque en realidad estuviera interpretando un papel en una película de Tarzán) y también a muchos humanos (aunque en realidad sea postureo). Por esa razón, creo que la agelastia es lo que une a los humanos con los animales.
En mi caso, soy agelasta desde que mi exmujer me dijo aquello de “quiero el divorcio”. Desde entonces no hay nada ni nadie que me haga reír. No estoy lamentándome, al contrario. Con la vida de matrimonio me reía un montón, y con la vida que llevo de divorciado no me río nada, aunque estoy follando como un animal, eso sí. Todo sea por superar la agelastia. Y por ser un poco más humano, también.