MEJOR SOLA QUE MAL ENAMORADA

Hablé con una amiga de la relación que mantiene con su pareja desde hace años. Doce, concretamente. La conversación empezó con una pregunta: ¿Cuál es tu secreto para durar tanto tiempo con la misma persona?–pregunté. Amar a pedazos–respondió ella. No te entiendo–dije. Si te das por entero a la persona que amas y sale mal, después sólo podrás amar a pedazos, por eso prefiero amar a pedazos y que salga todo bien–aclaró mi amiga. ¿Y tu pareja se conforma con los pedazos que le das?–volví a preguntar. Hasta ahora no ha tenido ninguna queja–respondió. Llevas doce años de relación estable y equilibrada, entonces, lo que tú recibes de tu pareja son también pedazos de amor, ¿no?–afirmé ante su cara viendo cómo ésta se iba tornando pálida como si acabara de descubrir la verdad a la que había dado la espalda desde hacía doce años.

Aquella fue la última vez que nos vimos y también que hablamos. Cuando trato te contactar con ella por teléfono, siempre me salta el buzón de voz. También me ha borrado de amiga de Facebook así como de su listado de Whatsapp, y me temo que también haya eliminado mi correo electrónico. No sé si aún continúa llevando una vida feliz con su pareja como ella consideraba o si mantiene la relación de amor despedazado como considero yo. Tampoco sé si mi observación fue muy acertada o quizá, lo fue demasiado.

En el amor, más que en cualquier otra cosa en la vida, resulta difícil hallar el equilibrio. Supongo que cuando vives en pareja o compartes la vida que llevas con la vida que lleva otra persona, lo más cómodo es convivir en zona neutral donde nadie dispara palabras mortales ni explotan bombas emocionales de ningún tipo. Digo supongo porque no lo sé por experiencia propia. Hablo desde el desconocimiento personal, mi trabajo como artificiera en el ejército español desde hace ocho años me lo impide.

Dicen que hay asuntos en el amor y asuntos en la guerra que son muy similares. Y tienen razón. En la guerra hay un término que designa la zona neutral en liza que no se disputan las facciones a causa del elevado coste de mantenimiento o debido a la incapacidad de las partes por controlarlo de un modo efectivo. Ese lugar se llama “tierra de nadie”. Y es el sitio en el que también la mayoría de las relaciones amorosas terminan por perecer. La “tierra de nadie” carece de aliciente y el paso del tiempo la vuelve yerma, mínima e improductiva. Un lugar para la supervivencia, pero no para el amor que tiene la fea costumbre de expandirse, demandar emociones, sensaciones intensas, sentimientos sinceros además de dejarse el corazón y la piel sin esperar nada a cambio.

Por eso elegí no enamorarme. Y cuando tuve ocasión de encender la mecha de la pasión (que han sido numerosas) las rechacé de pleno. Me engaño a mí misma tratando de convencerme cada día de que es la decisión correcta. Si la vida en pareja es vivir en “tierra de nadie” donde como su propio nombre indica no hay nadie, en mi mundo al menos estoy yo. Sola, eso sí. Siempre sola. Sola.

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