UN LIMÓN Y MEDIO LIMÓN

Tengo un buen amigo que no termina de encontrar a su media naranja. Ha probado con medias fresas, medias piñas, medias manzanas e incluso con medias lechugas, que tienen fama de frescas, pero el amor no echa raíces. La dificultad está en que él mismo tampoco tiene claro si es medio melón, medio aguacate o medio melocotón. Puede que sea por eso por lo que le cueste hallar la mitad correspondiente que corresponda a su amor de modo natural.

La situación es grave. Su doctor en agronomía me ha dicho que nunca había visto un caso tan verde como el suyo. En muchas ocasiones le he visto llorar de desesperación, y reconozco que con las lágrimas que le brotan de los ojos he aderezado unos gin-tonics estupendos, por lo que estoy convencido de que se trata realmente de medio limón, aunque él se inclina más por ser un cítrico de corte semidulce como el pomelo.

Con el fin de hacer florecer su estado anímico y evitar que la tristeza que le invade marchite su alma, le he preparado una cita con una vieja amiga que se halla en situación emocional similar a la suya y busca a alguien que la riegue como es debido para que su pasión reverdezca nuevamente. Mi amiga es una mandarina madurita por los cuatro costados. Está muy segura de sí misma y plenamente convencida de quién es. Doy fe de que realmente es una mandarina porque en más de una ocasión he aplicado sus consejos en una macedonia de ideas que me ha proporcionado vitalidad y energía en cantidades vitamínicas.

Total, que esta noche se van a ver para tomar algo en un local donde sirven batidos ecológicos. Con un poco de suerte, si los componentes cítricos de cada uno armonizan entre sí y lo consiente la madre naturaleza, puede que del injerto comience a brotar el sexo por primavera que para eso la sangre (o el zumo) altera. Como sé que mi amigo está falto de afecto y mi amiga deseosa de que sacarle jugo a un buen gajo, he pensado que la unión beneficiará a ambas partes. Al menos, que expriman la noche que para eso están las segundas oportunidades, digo yo, ¿no?

Lo que no le he confesado a mi amigo es que mi amiga mandarina tiene marido. Se trata de un kiwi de importación con unos bíceps velludos esculpidos en horas de gimnasio, que si te suelta un piñazo de deja espachurrado en el suelo como una calabaza aunque tengas la piel dura como un coco. Llevan siete años de matrimonio y donde antes había química, ahora no hay ni física. Por eso no le ha importado citarse a escondidas con mi amigo limón y quitarse la corteza de resignada esposa que lleva encima demasiado tiempo y está enmoheciendo su carácter por dentro y por fuera.

Esta mañana mi amiga mandarina me ha llamado por teléfono para contarme cómo fue la cita de anoche con mi amigo limón. Me ha dicho que él no fue de su gusto, que el sentido del humor de mi amigo es muy ácido y que no soportaba su agrio comportamiento. En cambio, mi amigo limón se ha quedado prendado de mi amiga mandarina como si fuera su media naranja. Dice que es lo más dulce que ha visto en la tierra, que le encanta su piel brillante e incluso alaba su cualidad de poder antioxidante.

Consciente de sus limitaciones con ella, con frecuencia me dice “qué complicado es el amor”. A lo que yo siempre respondo: “complicado es encontrar sitio para aparcar en el centro en fin de semana. Lo tuyo es pura estupidez por enamorarte de una casada”. No sólo el amor es ciego, los medios limones también.

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