EL SECRETO ESTÁ EN LA MASA
A las personas les gusta hacer cosas juntos. Digo “les” porque yo no me incluyo, o mejor dicho, me autoexcluyo.
A lo largo del año existen multitud de convocatorias que llaman a la unión de seres humanos para hacer frente común. Personalmente hago oídos sordos a todos esos requerimientos, pero sé de familiares, amigos y conocidos a quienes les fascina sentirse masa. Puede que la unión de almas sea lo que realmente dé sentido a una rancia manifestación contra el matrimonio gay, o a una rave de desfasados pasados de vueltas girando al ritmo machacón de un Dj “fashion”, o que las victorias del equipo local de fútbol se deban en gran medida al apoyo de la masa de aficionados berreando al unísono, no sé.
Por mi parte no he confiado jamás en el dicho “la unión hace la fuerza” porque la experiencia me ha demostrado que la fuerza la ejercen cuatro gatos en connivencia con otros cuatro hijos de perra. Y para ilustrar mi teoría, recurro a la historia para que vean ustedes que lo de juntarse muchos para dar sentido a algo absurdo es algo que viene de lejos.
El 30 de junio del año 1680 se juntaron en la plaza mayor de Madrid cientos de personas para presenciar uno de los muchos autos de fe que se prodigaban en la España barroca de la época. No sólo acudieron madrileños y madrileñas, también asistió el rey Carlos II, su esposa María Luisa de Orleans así como la reina madre, Mariana de Austria. Vuelvo a suponer que la ingente presencia de gente (perdón por la cacofonía) era lo que justificaba el asesinato público de judíos portugueses, del mismo modo que supongo que la presencia del aval real confirmaba el sentido del aquel sinsentido (perdón de nuevo por la cacofonía).
Casi 350 años después, la afición de quemar vivas a personas que piensan de modo diferente ya no se estila en la plaza mayor de Madrid. Aunque metafóricamente sigan ardiendo muchos políticos en los debates en televisión que no deja de ser la plaza pública que reúne a millares de personas conformando una masa uniforme de almas en pena. Tampoco se mantiene la costumbre de ver a la monarquía rodeada de plebeyos y plebeyas. Pero la costumbre de sumar seres y seres para realizar actividades en comandita se mantiene intacta como en la época de Carlos II.
Hace un par de semanas, sin ir más lejos, se celebró en toda España la costumbre norteamericana del Black Friday. La costumbre foránea consiste en salir a la calle con el bolsillo lleno de dinero para vaciar los comercios de productos innecesarios (tanto para el que los compra como para el que los vende). Dicho así, en frío, no suena muy atractivo para nadie, pero si juntas a una masa conformada por millones y millones de personas (y sus respectivos bolsillos) tiene más que ver con un auto de fe consumista donde lo que arde no es un hereje sino la tarjeta de crédito.
Cambian las formas pero no el fondo. Antes teníamos a la monarquía de los Austrias y ahora tenemos a los Borbones, y donde antes había Inquisición ahora tenemos al marketing. Todo continúa haciéndose para mantener el estatus económico de unos pocos a costa del sacrificio de la mayoría.
Ya lo dice el eslogan publicitario de una marca que cotiza en bolsa: el secreto está en la masa.