UN DÍA ES UN DÍA

He prometido a mi Faceamiga Inma (y por escrito) que redactaría un artículo sobre el conjunto de sensaciones y emociones que generan las fechas navideñas. Que conste (y lo hago también por escrito) que yo no odio los aspectos religiosos de esta fechas tan señaladas y sagradas (en el más amplio sentido de la palabra) para todas y todos los cristianos creyentes católicoapostólicoromanos. Allá cada cual con sus creencias.

Tampoco sé si mi Faceamiga Inma odia los múltiples faustos celebrativos capitalistas en torno al sentimiento navideño en el mismo grado en el que a mí me la refanfinflan. Lo que sí compartimos Inma y yo es la sensación de desbarauste, descoloque, desmadre, despilfarro, desorden, desacuerdo, desacomodo y otros cientos de palabras que comienzan por el prefijo “des” y que desmotivan a afrontar estas fechas y fiestas como Dios manda. Entre los regalos del “amigo invisible”, los regalos de Papá Noel y Santa Claus, los regalos de Melchor, los de Gaspar y los de Baltasar, acabo con la casa llena de objetos que no necesito y la cuenta corriente vacía del dinero que sí necesito. Entre la cena de empresa, la de antiguos alumnos del instituto, la de antiguos alumnos de facultad, con la familia cercana y con la familia política, y con la novia y las exnovias, tengo el colesterol por las nubes y la moral por los suelos.

Sé de buena tinta (la tinta de sus mensajes en Facebook) que Inma aborrece las Navidades porque tiene “que leer cien cuentos de Navidad antes del 15 de diciembre que es la entrega de premios del Concurso de Cuentos de Navidad” (palabras textuales). Lo siento mucho por ella, de verdad. En mi vida he leído cien cuentos del tirón y menos que versen sobre un tema en concreto, y muchísimo menos que versen sobre el tema concreto de la Navidad. No lo siento sólo por Inma, sino también por todos los escritores en potencia que se ven en la tesitura de juntar palabras para dar coherencia a un relato sobre un acontecimiento que se lleva repitiendo desde hace más de dos mil años (2016, para ser exactos) y sin modificación alguna. Hay que ser un genio para hallar un minúsculo aspecto original que no haya sido empleado a lo largo de dos mil años de historia y lograr por ello un galardón en un concurso de cuentos. También hay que ser un genio (o genia*, en este caso) para poder dilucidar qué relato es merecedor en un concurso de cuentos de Navidad cuando la Navidad es algo que te la refanfinfla salvo que seas creyente católicoapostólicoromano.

Con la Navidad me ocurre lo mismo que a los independentistas catalanes con la celebración del puente de la Constitución Española. No creo en el origen que da motivo a la celebración, pero unos días de fiesta es algo a lo que no estoy dispuesto a renunciar.

*Por cierto, no busquen en el diccionario la palabra genia porque no existe, es inventada (salvo que la usen para construir palabras como “genialidad” que es lo que hace mi Faceamiga Inma por tener que leer cuentos de Navidad en Navidad odiando la Navidad).

 

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