VIBRADOR: INSTRUCCIONES DE USO

Mi novia me encargó el viernes por la mañana comprarle una cosa. Qué cosa es, pregunté inquieto. Pues una cosa, respondió ella. De acuerdo amor mío, contesté cariñosamente del mismo modo que he contestado otras tantas veces cuando he hecho de recadero de sus miles de antojos. Como soy muy, pero que muy obediente, cogí el dinero que me entregó en mano y en efectivo (150 euros, para ser exactos y para serlo aún más, en tres billetes de cincuenta euros), y marché a la dirección que me había apuntado previamente en un Postit junto con el nombre en castellano del comercio y el nombre en inglés del producto que debía adquirir previo pago de 150 euros en tres billetes de 50 euros cada uno (insisto).

Si te sobra dinero, dijo ella desde el rellano mientras yo enfilaba el último tramo de escaleras del portal, dile a la chica que te dé algo por lo que sobre, que ella sabrá dártelo, volvió a decir al tiempo yo que cerraba el portón de hierro galvanizado que instaló la comunidad en la última derrama.

Llegué a la dirección escrita en el papel en menos tiempo del que esperaba y decidí dedicar unos minutos a dar una vuelta por la tienda antes de consultar a la encargada el encargo que traía encargado de casa (valga la múltiple redundancia). Sólo estoy mirando, respondí a la pregunta ¿puedo ayudarte en algo? realizada por la joven responsable de atender a los clientes, o sea, a mí, ya que no había ningún otro cliente más salvo yo mismo. ¿Buscas algo para ti o para otra persona?, volvió a preguntar inquisitorialmente. Alargué el pedazo de papel amarillo sin mediar palabra. La mujer joven tomó el pedazo de papel entre sus dedos y sin alzar la vista, se dirigió a un enorme cajón de una mesa del que extrajo un enorme falo de silicona que introdujo en una enorme caja y depositó entre mis diminutas manos acompañada de una enorme factura.

Al llegar a casa, mi novia me recibió con una sonrisa de oreja a oreja (una sonrisa que nunca había observado en su rostro, por cierto). Me arrebató la caja de las manos y se dirigió al dormitorio. Echó el pestillo por dentro y desde afuera escuché su orden de bajar al bar a tomarme una caña (a pesar de ser las diez y media de la mañana). Y que no tuviera prisa en regresar, apostilló desde la distancia en la clausura autoimpuesta de la habitación conyugal.

Como soy muy, pero que muy obediente, he bajado al bar. Tras cuatro cervezas y un par de Larios con Cocacola en lugar de volver a casa con mi novia, he ido en taxi al refugio de animales abandonados que hay a las afueras y he adoptado a un galgo.

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. En el caso de mi mujer, su mejor amigo ahora es el vibrador. Y ahora mismo, lo que yo necesito como hombre es tener a alguien con quien charlar.

 

 

 

 

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