Dicen que Dios está en todas partes, pero cuando miro el telediario, yo no lo veo por ningún lado. Escuchar en La2 de TVE la situación actual de Haití años después del terremoto y averiguar la poca ayuda que ha llegado al país a causa de personas sin escrúpulos que ejercen de intermediarios, no es que facilite la creencia sobre lo que se dice de Dios, que está con los más necesitados (a pesar de que quien lo diga sea la presentadora Mara Torres cuya belleza me reconcilia de pleno con el ser humano, el femenino, para ser exactos).

Cuando llegan al tímpano el tipo de noticias que el entendimiento no concibe, pero que las pupilas corroboran, es cuando el terreno baldío que tenemos por mente se siembra de dudas que crecen alimentadas por el riego constante de acontecimientos en lugares del planeta tierra a los que Dios hace tiempo que no va, si es que alguna vez pasó por allí.

Cuando me planto en el sofá delante de la pantalla del televisor para mirar el telediario, es para ver desde casa lo que Dios permita que ocurra en la casa de otros. Pero como hace tiempo que no percibo que haga nada importante en los hogares de los demás, he decidido regalar mi aparato televisivo al portero de la comunidad de vecinos donde habito. Como él ya está aburrido de lo que ocurre en las casas de todos los vecinos y encima es ateo, no tendrá en cuenta la inexistencia de Dios en los sitios donde la miseria humana campa a sus anchas. Por eso, en lugar de culpar al Santísimo como hago yo, seguro que él culpará al destino o a la suerte o vete tú a saber, como suelen hacer los millones de haitianos sin hogar, ni futuro, ni presente, ni nada de nada.

Lo malo de haberle regalado la tele al portero es que me he quedado sin la alegría de ver cada día la belleza de la presentadora Mara Torres y escuchar la música de su voz. Gracias a ella, las malas noticias parecen menos malas y me hacen recuperar la esperanza en el hombre, ese ser creado a imagen y semejanza de quien hace tiempo se olvidó de nosotros. Vaya panorama.